Hace más de 160 años Don Bosco tuvo un sueño en el que vio cómo la Iglesia era perseguida y atacada, mientras un Papa moría por los golpes recibidos e intentando llevar a los fieles a un lugar seguro. Ante esto, dio unos consejos para contrarrestar las persecuciones.
Las Memorias biográficas de San Juan Bosco narran que el santo reunió un día a un grupo de jóvenes y les contó lo que había soñado.
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El fundador de los Salesianos dijo que en su sueño estaba sobre una roca desde donde contemplaba un inmenso mar. De repente vio varios barcos con armamento, cañones, rifles y hasta libros que se dirigían a atacar a otra grande y majestuosa nave.
Esta nave también tenía barcos aliados que la seguían y recibían sus órdenes para defenderse de los atacantes. Sin embargo, el viento no estaba a su favor y el mar agitado ayudaba a los enemigos.
Entonces aparecieron dos fuertes columnas en medio de las aguas. Sobre una de ellas estaba la Inmaculada Concepción con un letrero a sus pies, en el que se leía "Auxilio de los cristianos". Encima de la columna más gruesa se alzaba una impresionante Hostia con la frase "Salvación de los creyentes".
El comandante de la gran nave era el Santo Padre, quien al ver el ataque de sus enemigos y las dificultades de los fieles, llamó a los pilotos de los barcos aliados para que lo aconsejaran. Los líderes se reunieron con el Papa, pero retornaron a sus barcos porque la tormenta era cada vez más brava.
Cuando las aguas se calmaron un poco, el Papa volvió a convocar a los pilotos. Sin embargo, el clima se tornó aún más feroz y el Pontífice buscó llevar la nave hacia las dos columnas. Y aunque los barcos enemigos intentaron detenerla y sumergirla, fue en vano, pues la nave del Santo Padre mantenía su rumbo.
Los atacantes se quedaron sin municiones ni armas, por lo que decidieron hacer uso de los puños, blasfemias y maldiciones. Entonces el Papa es golpeado gravemente y cae. Los que lo acompañan corren a socorrerlo, pero es golpeado nuevamente y muere. Los enemigos se alegran por su victoria y arman un alboroto de júbilo en sus naves.
Los pilotos se reúnen de inmediato y eligen a otro Papa, quien supera todos los obstáculos, logra poner la majestuosa nave al centro de las columnas y atarla con cadenas.
De inmediato los barcos enemigos se destruyen y dispersan. Las naves que lucharon valientemente junto al Papa se enganchan también a las columnas. La tormenta del mar se transforma en una gran calma.
En ese momento, San Juan Bosco le preguntó al P. Rúa, ahora beato y primer sucesor del santo: "¿Qué piensas de esta historia?". El sacerdote señaló que la nave del Papa era la Iglesia; los barcos, los hombres; el mar, este mundo; y los enemigos, los que intentan destruir a la Iglesia con todo tipo de armas.
Don Bosco aprobó la respuesta diciendo: "Dijiste bien". Pero ninguno mencionó nada sobre el Pontífice que murió. No obstante, Don Bosco aclaró que las naves enemigas son las persecuciones, y añadió que venían problemas muy serios para la Iglesia.
El santo concluyó: "¡Solo quedan dos medios para salvarse en tal confusión! Devoción a María Santísima, asistir a la Comunión", Por ello debemos "usar todos los medios y hacer nuestro mejor esfuerzo para practicarlos y hacer que se practiquen en todas partes y por todos".