Al presidir las segundas vísperas por la Solemnidad de la Conversión de San Pablo, que la Iglesia Católica celebra este 25 de enero, el Papa Francisco afirmó que con Dios todo es posible, pero sin Él, sin su gracia, "no nos curamos de nuestro pecado".
"Queridos hermanos y hermanas, por nosotros mismos no somos capaces de liberarnos de nuestras malas comprensiones de Dios y de la violencia que se incuba en nuestro interior", indicó el Santo Padre en la homilía que pronunció en la Basílica de San Pablo Extramuros en Roma.
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"Sin Dios, sin su gracia, no nos curamos de nuestro pecado. Su gracia es la fuente de nuestro cambio. Nos lo recuerda la vida del Apóstol Pablo, que hoy recordamos", resaltó el Papa, en el evento con el que concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, iniciada el 18 de enero.
El Santo Padre señaló asimismo que este objetivo "no podemos lograrlo nosotros solos, pero con Dios todo es posible; solos no podemos, pero juntos es posible".
"En efecto, el Señor pide a los suyos que se conviertan, juntos. La conversión se pide al pueblo; tiene una dinámica comunitaria, eclesial", aseguró el Pontífice ante miembros de otras confesiones cristianas como el Metropolita Policarpo, representante del Patriarcado Ecuménico ortodoxo; e Ian Ernest, representante personal del Arzobispo anglicano de Canterbury en Roma.
El Papa Francisco expresó luego su deseo de que el camino sinodal de la Iglesia "sea cada vez más ecuménico", y recordó un pasaje de la encíclica Deus Caritas est del Papa Benedicto XVI:
"A partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya solo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo".
El Papa Francisco también se refirió a la amonestación de Dios a los cristianos, a través de las lecturas de hoy: "Son palabras fuertes, tan fuertes que podrían parecer inoportunas mientras tenemos la alegría de encontrarnos como hermanos y hermanas en Cristo".
"Si nos hemos reunido en su nombre, no podemos más que poner al centro su Palabra, que es profética. En efecto, Dios, con la voz de Isaías, nos amonesta y nos invita al cambio", manifestó el Pontífice.
A su vez, explicó que "Dios sufre cuando nosotros, que nos decimos ser fieles suyos, anteponemos nuestra visión a la suya; seguimos los criterios de la tierra antes que los del cielo, conformándonos con la ritualidad exterior y quedándonos indiferentes delante de aquellos que más le importan a Él".
Por tanto, "Dios siente dolor, podríamos decir, por nuestra comprensión errónea e indiferente", aseguró.
El Santo Padre dijo, además, que "hay un segundo motivo, más grave, que ofende al Altísimo: la violencia sacrílega".
"El Señor está 'enfadado' por la violencia cometida contra el templo de Dios que es el hombre, mientras es honrado en los templos construidos por el hombre. Podemos imaginar con cuánto sufrimiento ha de presenciar guerras y acciones violentas realizadas por quien se profesa cristiano".
Por ello, continuó, "si queremos, a ejemplo del Apóstol Pablo, que la gracia de Dios en nosotros no sea estéril, hemos de oponernos a la guerra, a la violencia y a la injusticia en todo lugar donde se insinúen".
"En efecto, no es suficiente denunciar; es necesario también renunciar al mal, pasar del mal al bien. La amonestación, por tanto, está encaminada a nuestro cambio", destacó.
Al concluir la celebración, el Cardenal Kurt Koch, presidente del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, dirigió un saludo a los presentes.
"Uno de los más grandes dones del amor que nosotros los cristianos podemos hacernos los unos a los otros es la oración común por la unidad de la Iglesia y la unidad en la oración", señaló el Purpurado.
En esa oración, continuó, "pedimos al Señor que nos ayude a aprender siempre a hacer más el bien y a buscar la justicia: en nuestro vivir juntos como cristianos y en el testimonio común ofrecido a la sociedad hodierna".