Este 7 de enero la Iglesia celebra a San Raimundo de Peñafort, un santo español del medioevo cuyo episodio de la "barca milagrosa" fue inmortalizado en la pintura.
En un artículo publicado en el National Catholic Register, el especialista en Teología Moral, John Grondelski, recordó que San Raimundo de Peñafort nació alrededor de 1175 y murió el 6 de enero de 1275; creció cerca de Barcelona y obtuvo en España doctorados en Derecho Civil y Canónico.
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Más tarde se mudó a Italia para enseñar Derecho Canónico en la Universidad de Bolonia, una de las más antiguas del mundo. En esta ciudad entró en contacto con los dominicos y se unió a la Orden de Predicadores a su regreso a España. Tenía casi 40 años de edad.
San Raimundo era la autoridad en Derecho Canónico. Anotó el Decretum de Graciano y, en la década de 1230, compiló las Decretales del Papa Gregorio IX.
Ambas obras se convirtieron en las normas del derecho canónico católico hasta que se sistematizaron en el Código de Derecho Canónico, promulgado en 1917 y revisado en 1983.
El Santo trabajó en la intersección entre el derecho canónico y la teología moral. Fue autor de la Summa de casibus poenitentiae, una guía para el uso de los sacerdotes en el confesionario. También se desempeñó como capellán del Papa para atender casos difíciles de conciencia que eran remitidos a la Santa Sede.
Llegó a ser maestro general de los dominicos y fundó escuelas para enseñar árabe y hebreo. Una fuente dice que fue San Raimundo quien instó a Santo Tomás de Aquino a escribir su Summa contra gentiles, el trabajo del Doctor Angélico para tratar con los no cristianos, particularmente con los musulmanes.
El episodio de la "barca milagrosa"
Un episodio de la vida de San Raimundo fue pintado por el veneciano Tommaso Dolabella, representante del barroco que vivió entre 1570 y 1650, y que pasó la mayor parte de su vida en Cracovia (Polonia).
Dolabella pintó una escena marítima de la vida de San Raimundo que ocurrió cuando el sacerdote era confesor de Jaime I, rey de Aragón y posteriormente de la isla de Mallorca, la que reconquistó de manos de los musulmanes entre 1229 y 1231.
El monarca se inclinaba hacia la lujuria y San Raimundo le exigió que repudiara a su concubina. Al no tener éxito, el Santo anunció que abandonaría Mallorca. Sin embargo, Jaime I prohibió a los capitanes de los barcos que se llevaran al sacerdote.
Ante ello, San Raimundo anunció: "Pronto verás cómo el Rey del Cielo confundirá las malas acciones de este rey terrenal y me proporcionará un barco".
El Santo levantó un mástil de palo que ató a su capa negra dominica y zarpó de la isla, escapando del rey y regresando a Cataluña. El milagro logró la conversión de Jaime I.
La obra de Dolabella pone a San Raimundo de Peñafort al centro, con una costa lejana detrás de él y donde se encuentra un compañero dominico. El Santo sostiene en su mano una llave, indicativo de su papel como confesor; y mira al cielo, porque el milagro no consiste en "mostrar al rey", sino en defender lo que es justo, con la esperanza de conmover su corazón de penitente.
Si bien Dolabella es un artista barroco, hay un cierto esfuerzo por mantener los elementos medievales, como los monstruos marinos que acechan y se sorprenden por la fuga de San Raimundo.
Además, los monstruos, como la tierra, son marrones; el cielo y el mar son azules, símbolos de la esperanza.
Asimismo, Dolabella, como la mayoría de los artistas que escenificaron esta escena, presenta al Santo arrodillado sobre su capa, un reconocimiento apropiado de piedad en el sentido de que es Dios, no el hombre, quien hace milagros. Sin embargo, algunos artistas lo han representado de pie.
En su artículo, John Grondelski invita a mirar a San Raimundo de Peñafort cuando se escuche decir que hay un "conflicto entre la religión y la ciencia" o se acuse a la Iglesia de estar en contra del progreso.
"Las universidades no fueron creación del Estado. Nacieron en la Iglesia, y Raimundo era un erudito en la mejor de ellas", recordó el autor.
En ese sentido, destacó que el Santo "dedicó los talentos intelectuales que Dios le dio para avanzar en la fe, involucrar a las personas" de su época "y permanecer fiel a Cristo y sus enseñanzas".
San Raimundo "no se quedó atrás intelectualmente", a la vez que "permaneció siempre anclado en Cristo y en su Iglesia".