En el día de la Virgen de Guadalupe, el Papa Francisco presidió una Misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano, donde aseguró que la Virgen "nos suplica que le permitamos ser nuestra madre y que abramos nuestra vida a su Hijo Jesús".

Durante su homilía, el Papa Francisco aseguró que "Dios conduce la historia de la humanidad en todo momento, nada queda fuera de su poder, que es ternura y amor providente". 

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"Se hace presente a través de un gesto, de un acontecimiento  o de una persona. No deja de asomarse a nuestro mundo, necesitado y herido, para asistirlo con su compasión y su misericordia", señaló.

En esta línea, el Papa explicó que "su modo de intervenir, de manifestarse, siempre nos sorprende, y nos llena de gozo". 

A continuación, dijo que "la venida del Hijo en carne humana es la suprema expresión de su método divino en favor  de nuestra salvación".

"Así, -aseguró el Papa-, en Jesús, nacido de  María, el Eterno entra en la precariedad de nuestro tiempo, se hace para siempre, de forma irreversible  Dios-con-nosotros y camina a nuestro lado como hermano y compañero".

Además, señaló que Jesús "vino para quedarse. Nada  de lo nuestro le es extraño porque es 'uno de nosotros', cercano, amigo, consubstancial con nosotros  en todo, menos en el pecado". 

Más tarde, recordó que nuestra Señora de Guadalupe llegó a las benditas tierras de América "para consolar y atender las necesidades de los más pequeños,  sin excluir a nadie, para arroparlos como madre solícita con su presencia, su amor y su consuelo"."Es nuestra madre mestiza", añadió

Un momento difícil para la humanidad

A continuación, el Papa lamentó que "este año celebramos Guadalupe en un momento difícil para la humanidad. Es un período  amargo, repleto de fragores de guerra, crecientes injusticias, carestías, pobreza y sufrimiento". 

Sin embargo, señaló que "aunque este horizonte aparezca sombrío, desconcertante, con presagios de mayor destrucción y  desolación, el amor y la condescendencia divinas nos dicen que también este es un tiempo propicio  de salvación".

Para el Papa Francisco, durante este tiempo "el Señor, a través de la Virgen Madre, sigue dándonos a su Hijo, que nos llama  a la fraternidad, a dejar de lado el egoísmo, la indiferencia y el antagonismo".

Y recordó que  también nos invita "a hacernos  cargo 'sin demora' los unos de los otros, e ir al encuentro de los hermanos y hermanas olvidados y  descartados por nuestras sociedades consumistas y apáticas". 

La súplica de la Virgen de Guadalupe

El Pontífice dijo además que "en esta celebración, aquí en la Basílica de San Pedro, Santa María de Guadalupe quiere  encontrarse también con nosotros, como un día con Juan Diego en el cerrito del Tepeyac". 

 

 

"Quiere  quedarse con nosotros. Nos suplica que le permitamos ser nuestra madre, que abramos nuestra vida a  su Hijo Jesús y acojamos su mensaje para aprender a amar como Él", destacó.  

 "A la Madre no se la ideologiza"

Por último, el Papa Francisco recordó que hoy, 12 de diciembre, "se inicia en el continente americano la Novena Intercontinental  Guadalupana, camino que prepara a la celebración del V Centenario del Acontecimiento  Guadalupano en 2031". 

En este sentido, aseguró estar preocupado por "las propuestas de tinte ideológico cultural, de diversos signos, que quieren apropiarse del encuentro de un pueblo con su madre, que quieren desmestizar, maquillar a la madre".

"Por favor, no permitamos que el mensaje se destile en pautas mundanas e ideológicas El mensaje es simple, es tierno: '¿no estoy yo aquí que soy tu madre?' Y a la Madre no se la ideologiza", sentenció.

"Que Jesucristo, el deseado de todas las naciones, por intercesión de Nuestra Madre de  Guadalupe, nos conceda días de alegría y serenidad, para que la paz del Señor habite en nuestros  corazones y en el de todos los hombres y mujeres de buena voluntad", concluyó el Santo Padre.

Fiesta de la Virgen de Guadalupe

Cada 12 de diciembre la Iglesia Católica celebra a Nuestra Señora de Guadalupe, aparecida en el cerro del Tepeyac al indio San Juan Diego en tres ocasiones, entre el 8 y el 12 de diciembre de 1531.

En sus apariciones, Santa María le pidió a San Juan Diego que interceda ante el primer Obispo de México, el franciscano Fray Juan de Zumárraga, para que se construya un templo en el llano al pie del cerro del Tepeyac.

Como prueba de la veracidad de la aparición, la Virgen María le encargó al indígena que lleve las flores de un rosal aparecido milagrosamente en el árido Tepeyac. 

Cuando San Juan Diego presentó las flores al Obispo, su tilma, la tela en la que las llevaba, quedó impregnada con la imagen de la Virgen de Guadalupe.

La tilma de San Juan Diego se conserva 490 años después en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en Ciudad de México.