La tradición señala que el apóstol San Andrés, después de Pentecostés, fue a predicar la Buena Nueva entre los griegos y, de acuerdo a ciertos relatos, habría llegado hasta Kiev (Ucrania) en el ejercicio de su predicación.
El apóstol, cuya fiesta se celebra este 30 de noviembre, murió crucificado en Patras (Grecia) y de acuerdo a la tradición, fue puesto sobre una cruz en forma de "X". De aquí surge la llamada "cruz aspada", conocida popularmente como la "Cruz de San Andrés".
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El primero de los apóstoles en responder a la llamada de Jesús fue sepultado en el año 357 en un altar de Constantinopla por orden de Flavio Julio Constante, el hijo de Constantino I el Grande.
Hasta que en el año 1210, los cruzados robaron sus restos y los llevaron a Amalfi, al suroeste de Italia.
Aunque hay varias teorías, la tradición cuenta que la cabeza del apóstol se quedó en Grecia, en el lugar donde el apóstol fue martirizado.
Posteriormente, en 1460, el gobernador de la ciudad, llamado Tomás Paleólogo, se vio obligado a abandonar Patras debido a la invasión musulmana.
Llegó así hasta Roma y se llevó consigo la cabeza del apóstol San Andrés, que entregó a la Iglesia a cambio de espléndidos bienes materiales.
Fue el Papa Pío II quien ordenó colocar la cabeza de San Andrés en uno de los pilares que sostenían la antigua cúpula de la Basílica de Constantino, previa a la Basílica de San Pedro que conocemos hoy en día.
Este se convirtió en un lugar de devoción y numerosos peregrinos de todo el mundo llegaron a Roma para adorar una de las reliquias más importantes del hermano de Simón Pedro, que también se conservó en la basílica actual.
Esta reliquia permaneció en Roma hasta junio de 1964, cuando por voluntad del Papa Pablo VI la cabeza fue devuelta en señal de amistad hacia la Iglesia ortodoxa al obispo metropolitano de Patras.
Es allí donde hoy se conserva, en la Catedral dedicada a San Andrés, edificada en el lugar que la tradición señala como el de su martirio.
Además, en 1969, Pablo VI entregó también una reliquia de san Andrés a la Catedral de Santa María de Edimburgo, donde se venera junto a otra donada por el arzobispo de Amalfi en 1879, tras el restablecimiento de la jerarquía católica en Escocia.