Como cada 4 de octubre, la Iglesia celebra a San Francisco de Asís, el santo que reconoció a Dios en la naturaleza y a quien el Señor le concedió el don de poder acompañarlo en los dolores de su Pasión.
Durante sus visitas al Vaticano en el año 1229, para reunirse con el Papa Inocencio III, el santo vivió en el llamado "hospicio de San Biagio", un hospedaje y hospital situado en el conocido barrio de Trastévere dirigido por los benedictinos de Ripa Grande, quienes acogían principalmente a los leprosos.
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Años más tarde, en aquel lugar se construyó la bella iglesia de San Francesco a Ripa, lo que hoy se conoce como el Santuario de San Francisco de Asís en Roma.
Tras su muerte, la celda donde se alojaba el santo se convirtió en un lugar de oración y devoción, algo que se vio amenazado en el siglo XVII debido a remodelaciones del templo.
Fueron los frailes franciscanos quienes se opusieron a la demolición de esta estancia y, de hecho, la historia cuenta que el santo se apareció en sueños al Cardenal Alessandro Montalto Peretti, quien intervino para evitar la demolición de esa celda.
En la iglesia se encuentran 3 reliquias de San Francisco de Asís: una venda ensangrentada debido a los estigmas que recibió, un trozo de cilicio que llevaba en la cintura y la roca sobre la que el santo apoyaba la cabeza para dormir.
Cabe destacar que San Francisco tenía problemas respiratorios, lo que le obligaba a dormir incorporado y apoyado sobre una roca. Esta misma piedra, de tonos oscuros, se conserva aún en este pequeño santuario de Roma.