Con ocasión del cumpleaños número 84 del Papa Juan Pablo II se publicó hoy “Levantaos, vamos”, el libro en el que el Santo Padre escribe acerca de su experiencia como obispo y reflexiona sobre el ministerio episcopal.
El volumen, de 178 páginas, tiene un prólogo, seis capítulos, notas y una lista de citas de la Biblia y documentos del Magisterio.
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El primer capítulo comienza cuando, encontrándose de excursión recibe una carta “ordenándole reportarse a Varsovia”.
Según el recuento hecho del libro por la agencia católica italiana AsiaNews, apenas se enteró que había sido nombrado obispo por labios del Primado de Polonia, Juan Pablo II comunicó la noticia a su Arzobispo en Cracovia, rezó las estaciones del Via Crucis y retornó al lago Masuri donde se encontraba de canotaje. El Papa pensó que tal vez esa sería la última vez que gozaría la zona del lago; sin embargo, escribe que encontró la forma de regresar cada año hasta 1978.
Al capítulo dedicado al “Llamado”, le siguen: “La Tarea del Obispo”, “El Compromiso Científico y Pastoral”, “El Carácter Paterno del Obispo” “La Colegialidad Episcopal” y finalmente “Dios y el Coraje”.
“Nunca me he sentido solo”
El Papa revela en el libro, según explica la agencia AsiaNews, que nunca se ha sentido solo; y utiliza este argumento para rechazar los comentarios de algunos sacerdotes que señalan que necesitan casarse para llenar su soledad.
Sin embargo, en la obra el Pontífice señala que la paternidad del obispo debe extenderse incluso a los sacerdotes que han abandonado su ministerio o se han apartado de él; porque el obispo es también “un pastor”, tal como Cristo en la parábola del Buen Pastor. El Papa volverá constantemente a esta parábola en su escrito.
El Papa señala además que tal vez “no estuve suficientemente a cargo”; pero señala que esto se debió no sólo a su carácter, sino a que buscaba seguir el ejemplo de Cristo que destacaba mucho más la necesidad de que el líder sea el que sirve, y no el que es servido.
La lucha contra las ideologías
En su época como obispo, el Papa afirma que era tarea de todos los prelados luchar contra la ideología del comunismo, especialmente cuando pretendía restringir la libertad religiosa. Al respecto recuerda que siempre prefirió actuar discretamente y de manera no confrontacional, hasta que llegó el episodio de la Iglesia de Nova Huta, la “ciudad ideal comunista” construida en su diócesis, donde no permitían la construcción de una parroquia.
Con los trabajadores de su parte, y pese a confrontaciones con la policía que costaron muchos heridos, el Arzobispo Wojtyla, ya nombrado Cardenal, bendijo la enorme iglesia construida con el esfuerzo de los fieles.
Como Cardenal, el Papa recuerda la importancia emocional de la monumental Catedral de Wawel, que de niño había visto humillada por una bandera nazi flameando desde su mástil. Fue en este templo donde el Papa celebró su primera Misa, en la tumba de San Leonardo. Como obispo, el Pontífice mantuvo un estrecho vínculo espiritual y afectivo con esta Catedral, símbolo de la resistencia del catolicismo polaco a las ideologías anticristianas.
Su amada Polonia
En esta nueva obra, el Pontífice se refiere en numerosas ocasiones a su tierra natal, Polonia. El Papa señala la importancia de Polonia no sólo porque allí se desarrollan los 20 años narrados en el libro, sino porque se siente “profunda e inseparablemente” parte de su país y de su historia.
Recuerda, por ejemplo, el santuario donde realizó su retiro antes de ser ordenado obispo, y cómo vio la necesidad de volver a él como Papa, a dar gracias por la tarea que él sintió que tenía que aceptar. El Papa admite que “Tal vez no soy solamente yo (que es así), sino todos en Polonia.”
Numerosas anécdotas marcan este período de la vida del Papa. Cuenta, por ejemplo cómo Kotlarczyk, el director de su antiguo grupo de teatro le dijo que estaba “desperdiciando su talento” cuando supo que el futuro Papa quería ser sacerdote.
El Pontífice recuerda también su amor por la literatura como estudiante y joven actor, cuando ocupaba horas leyendo a Shakespeare y a Molière.
También comparte su interés por filósofos como Santo Tomás de Aquino y Max Sheler, durante sus estudios de metafísica y filosofía camino al sacerdocio.
El Pontífice comparte también su profunda admiración por Edith Stein, la judía conversa y carmelita muerta en un campo de concentración, a quien él mismo canonizaría como Papa, nombrándola copatrona de Europa.
“Firmes en la Fe”
Hacia el final de la obra, el Pontífice anima a los lectores a permanecer “firmes en la fe”. “El gran defecto de los apóstoles era su temor y su falta de fe en su Maestro”.
“En efecto” –escribe el Papa- “no podemos darle la espalda a la verdad ni dejar de predicarla”.