El Obispo de la diócesis latina de Járkov-Zaporiyia (Ucrania), Mons. Pavlo Honcharuk, dijo que los fieles católicos están recibiendo con frecuencia los sacramentos porque saben que pueden morir en cualquier momento, a causa de los bombardeos.
"Sé que no tendré tiempo de oír el misil que me alcance, y por eso, cuando oigo una explosión, sé que sigo vivo. Estamos preparados para morir súbita e inesperadamente, y eso significa que recibimos a menudo los sacramentos, especialmente, el de la confesión", relató el Prelado.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
En declaraciones a la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), Mons. Honcharuk dijo que después de cinco meses del inicio de la invasión rusa, la Iglesia Católica en Ucrania "se mantiene viva y activa".
"Los sacerdotes y los fieles están en sus puestos, la oración continúa, al igual que la celebración litúrgica diaria en las parroquias; más en unas que en otras, según el lugar, donde hay actividad bélica o en territorios ocupados no existe esa posibilidad", indicó.
"No obstante –añadió–, nuestra Iglesia sigue sirviendo a la gente, a los ancianos y a los niños, además de ayudar a los soldados que defienden nuestra patria".
La Diócesis de Járkov-Zaporiyia se encuentra en el este de Ucrania, por lo que los cerca de mil kilómetros del frente de guerra recorren casi por completo su diócesis, y las ciudades están sometidas a constantes bombardeos.
La diócesis tiene más de 196 mil km2 y es una de las más grandes de Europa, comparable a todo el territorio de Siria o Bielorrusia. Mons. Honcharuk dijo que antes de la guerra vivían en Járkov 1,7 millones de personas y ahora hay unas 700 mil, es decir, menos de la mitad.
El Prelado dijo que la situación en la ciudad "cambia constantemente". "Hay bombardeos antes del almuerzo, después del almuerzo y por la noche. Estamos muy cerca de la línea del frente: a veinte kilómetros", indicó.
El Obispo dijo que "alrededor de un 15% de la ciudad está destruida. Son daños irreparables. No obstante, la infraestructura de la ciudad funciona y puede soportar la tensión que se vive".
"Las fábricas y empresas que pueden siguen trabajando mientras que otras se han trasladado completamente a otras ciudades ucranianas. También siguen funcionando los hospitales y los servicios municipales", indicó.
Sin embargo, señaló que "la situación de cada familia y de cada persona es diferente. Si la casa no está dañada, uno tiene un lugar donde vivir, y si uno tiene un trabajo, tiene ingresos. En cambio, si la casa está destruida, uno no tiene dónde vivir, y si su lugar de trabajo ha sido destruido, uno se queda sin ingresos. Y si encima está herido...".
"A veces –relató–, la gente solo tiene lo que llevaba puesto, porque todo se quemó con su casa. Por lo tanto, hay personas que necesitan ropa, otras necesitan zapatos o medicinas o comida, otras un lugar donde quedarse, y otras apoyo moral. Otros necesitan que alguien lleve a su familia a un lugar seguro. Hay muchos problemas y mucho por hacer".
Mons. Pavlo Honcharuk expresó que "todo este sufrimiento genera una sensación de impotencia, porque te abruma. El mal es tan grande y tan cínico que derriba de sus tronos a los grandes de este mundo. Es muy fácil desencadenar guerras estallan fácilmente, pero ¿cómo detenerlas?".
"Por otro lado, también hay grandes signos de la presencia de Dios en medio del torbellino de la guerra, en los corazones de las personas que están sirviendo en diversos lugares como soldados, médicos, bomberos, policías y demás".
"Cuando contemplamos los rostros de estas personas, somos testigos del gran poder divino del amor con el que Dios los inspira", afirmó.