El Papa Juan Pablo II aseguró que “la búsqueda de la santidad personal debe ser el centro de la vida y de la identidad de cada obispo”, al recibir a un grupo de prelados de las provincias eclesiásticas de Baltimore y Washington (Estados Unidos) al final de su visita "ad limina".
El santo Padre, que ha dedicado estos encuentros a reflexionar “sobre el misterio de la Iglesia y, en particular, sobre el ejercicio del ministerio episcopal”, recordó que "el desafío que se nos plantea (como obispos) y como Iglesia es que la vida de todo cristiano y todas las estructuras de la Iglesia estén claramente ordenadas a la búsqueda de la santidad”.
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En este sentido, aseguró que “el obispo debe reconocer la propia necesidad de ser santificado mientras se compromete a la santificación de los demás".
El Papa subrayó que el obispo debe ser un "oyente atento de la palabra de Dios, un contemplativo" y "también un maestro de contemplación". Su oración debe alimentarse de la Eucaristía, la adoración ante el sagrario, el recurso frecuente a la penitencia y la celebración de la liturgia de las horas.
El Santo Padre también recordó la importancia de adoptar “un estilo de vida que imite la pobreza de Cristo” y los invitó a “emprender ese discernimiento respecto al ejercicio práctico del ministerio episcopal en vuestro país, para garantizar que se considere cada vez más claramente una forma de servicio de sacrificio entre el rebaño de Cristo".
Juan Pablo II recordó una vez más la "relación inseparable entre la santidad y la misión de la Iglesia” y pidió que se traduzca en “una renovación de la fe y de la vida cristiana”.
El Santo Padre se refirió sobre todo al "munus sanctificandi", la misión de santificación de todos los obispos, "cuya fuente es la santidad indefectible de la Iglesia”.
“Porque 'Cristo amó a la Iglesia y se entregó a ella, de modo que pudiera santificarla', ha sido dotada con la santidad infalible y se ha transformado ella misma 'en Cristo y a través de Cristo, en la fuente y el origen de toda santidad'. Esta verdad fundamental de la fe debe comprenderse con más claridad y apreciarse mejor por todos los miembros del Cuerpo de Cristo, porque es parte esencial de la conciencia misma de la Iglesia, y la base para su misión universal", explicó.
"Al mismo tiempo -dijo el Papa-, la santidad de la Iglesia en tierra es todavía imperfecta. Su santidad es a la vez un don y un llamamiento, una gracia constitutiva y una admonición a la fidelidad constante a esa gracia”.
“El Concilio Vaticano II reafirmó que 'todo cristiano en cualquier estado o camino de vida está llamado a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad', e invitó a todos los miembros de la Iglesia a un sincero reconocimiento del pecado y a la necesidad de una conversión constante en el camino de la penitencia y la renovación”, recordó.