"Mientras haya creyentes en la ciudad, yo estaré con ellos. Dios y mi fe me darán fuerza para ello", afirmó el Obispo de Járkov-Zaporiyia (Ucrania), Mons. Pavlo Honcharuk, a la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), a más de dos meses de la guerra que comenzó con la invasión rusa.
ACN informó que cada vez más los ataques rusos se concentran en el este y el sur de Ucrania. Járkov es la segunda ciudad más grande del país y está a pocos kilómetros de la frontera con Rusia. En las últimas semanas su zona industrial ha sido blanco de bombardeos, dejando al menos diez muertos y 35 personas heridas. Además, varios edificios residenciales de las afueras han sido dañados o destruidos.
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El Obispo, que usa casco y chaleco antibalas sobre la sotana, dijo que la situación en la ciudad se resume en "conmoción y dolor", y que es terrible "ver a la gente, a ancianos, a inválidos, escondidos en los sótanos".
"Recuerdo a una niña de unos cinco años parada, petrificada, frente al cadáver de un ser querido en la calle, incapaz de moverse. El sentimiento de terror, miedo y completa impotencia se cierne sobre todos", expresó Mons. Honcharuk, que en un video enviado a la fundación pontificia describió cómo ha quedado una de las zonas residenciales.
"El asentamiento aquí fue una de las partes más pobladas de Kharkiv (Járkov), ahora todo es silencio y destrucción", dijo. Mientras el Obispo hablaba –indicó ACN–, se escuchaban al fondo las explosiones. "Le pedimos a Dios que nos proteja y que todo termine. Disparan y se escuchan explosiones todo el tiempo. Esta es la situación actual", añadió.
Sobre la iglesia, el Prelado indicó que el templo está dañado. "Todas las ventanas estallaron por la presión durante un ataque aéreo. Ahora lo usamos como almacén para suministros humanitarios. Rezamos en una pequeña capilla. Pero aún podemos enterrar a todos los muertos, gracias a Dios", añadió.
El obispo de rito latino aclaró que las iglesias no suponen un refugio seguro durante los ataques aéreos, a no ser que tengan un sótano seguro, pues "ya nada es sagrado" y los edificios eclesiales son alcanzados al igual que otros objetivos civiles.
En medio de esta situación, la Iglesia local sigue celebrando la Misa diaria y animando a rezar. Además, "la mayoría de los días tratamos de llegar a las personas de los búnkeres con ayuda humanitaria. Cargamos vehículos, conducimos por la ciudad aparentemente desierta y hablamos con la gente, los consolamos", relató.
En agotadoras jornadas, que van todos los días desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, realiza un trabajo "increíblemente agotador, físicamente y aún más mentalmente debido a la tensión permanente".
Sobre la defensa de la ciudad, el Prelado dijo que mientras los niños pequeños y las madres son llevados a lugares seguros, los padres e hijos mayores se quedan para proteger sus hogares y su país.
En ese sentido, aseguró que con el clero se quedará para seguir sosteniendo a la población. "Nosotros – los sacerdotes – no estamos armados. Somos gente de Iglesia. Nuestras armas son la Palabra de Dios y la oración", afirmó.