Cada 2 de febrero se conmemora la fiesta de la Purificación de Nuestra Madre, la Santísima Virgen María. Esta conmemoración se realiza el mismo día en que la Iglesia celebra otro gran misterio: la Presentación de Nuestro Señor en el templo de Jerusalén.
La ley de Moisés
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La ley judía o ley mosaica ordenaba dos cosas en torno a un nacimiento. En primer lugar, la madre que acababa de dar a luz debía pasar por un tiempo de ‘purificación’ y luego presentarse al sacerdote del templo. En segundo lugar, todo primogénito debía ser ofrecido a Dios, es decir, “consagrado” (aunque después se pagara un “rescate” para librar al primogénito de las responsabilidades del templo). María, que respetaba profundamente la ley de su pueblo, cumplió estrictamente con estas ordenanzas (ver: Levítico 12).
La ‘Purificación’ de María
Recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (491):
«... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803).
Y es el mismo Catecismo, en el No. 493, el que explicita la condición única de la Madre de Dios durante su vida:
«Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" (Panaghia), la celebran "como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo" (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida».
No obstante, María cumplió con el ritual establecido por la ley para la purificación de la mujer, incluso aceptó también que Jesús fuera circuncidado. Permaneció 40 días sin dejarse ver, absteniéndose de entrar al templo y de participar en las ceremonias de culto. Luego se dirigió a Jerusalén con Jesús en brazos, entregó las ofrendas en acción de gracias y, para su expiación, presentó al Hijo ante el sacerdote, quien lo ofreció al Padre Celestial. La costumbre obligaba a los padres a pagar cinco shekels a cambio de que el sacerdote devolviese el bebé a los brazos de su madre. Eso sí, siempre era posible que Dios volviera a reclamarlo más adelante.
María, modelo de humildad
Cristo nos dio un ejemplo de humildad, obediencia y desprendimiento de sí mismo al someterse a las leyes de su pueblo.
María, de manera semejante a su Hijo, se somete a la ley y toma parte en la misión de Cristo: cumplir y darle plenitud a esa ley.