El Obispo de San Sebastián (España), Mons. José Ignacio Munilla, explicó qué dice la Iglesia Católica sobre las exigencias de la ley moral cuando, en situaciones extremas y para evitar un mal mayor, ocurre la guerra entre las naciones.
A través de su canal de YouTube "En ti Confío", Mons. Munilla reflexiona y explica de forma sencilla temas contenidos en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. En esa ocasión, el Prelado comentó el número 485 del Compendio del Catecismo, que lleva por título: "¿Qué exige la ley moral en caso de guerra?".
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"La ley moral permanece siempre válida, aún en caso de guerra. Exige que sean tratados con humanidad los no combatientes, los soldados heridos y los prisioneros. Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes, como también las disposiciones que las ordenan, son crímenes que la obediencia ciega no basta para excusar", señala el Catecismo.
"Se deben condenar las destrucciones masivas así como el exterminio de un pueblo o de una minoría étnica, que son pecados gravísimos; y hay obligación moral de oponerse a la voluntad de quienes los ordenan", agrega.
Mons. Munilla explicó que según la Iglesia Católica, "en una situación límite, extrema, en donde no hay otras posibilidades, podría ser moralmente justificable el recurso a la guerra". Por ejemplo, dijo que podría recurrirse a la guerra cuando "hemos sido objetos de una injusta agresión por algún tipo de causas".
Sin embargo, advirtió que "eso no quiere decir que como el punto de partida ha sido justo, ahora ya todo lo que hagamos va a ser justo. No, eso no es así […]. El fin que perseguimos igual es justo, pero ojo, los medios que utilizamos en una guerra pueden ser injustos".
Por eso, subrayó que para la Iglesia "la ley moral no se suspende en caso de guerra, sino que tiene que estar especialmente presente para que la guerra no llegue a ser un mal mayor. Porque a veces uno ha recurrido a ella como un mal menor y, por no cuidar la ley moral en su desarrollo, acaba generando un mal mayor", como la muerte indiscriminada de miles de civiles.
Mons. Munilla recordó que en las guerras es muy importante "proceder en verdad", pues "la primera víctima […] suele ser siempre la verdad". Explicó que "muchas veces" los estados acostumbran "falsear las cosas y hacer un relato absolutamente deformado para justificarlo todo".
Por ejemplo, dijo que "no está justificado" que "un estado se sienta con derecho de controlar toda la información y de contar las cosas según conveniencia para seguir llevando adelante los procesos" o que cometa barbaridades como recurrir a bombardeos. "Este es un tema clave, no está justificado que una guerra tenga como objetivo la población civil", dijo.
En ese sentido, dijo que es clave recordar que "una guerra tiene que ser cuando por desgracia no ha habido más remedio", y que "hay que tener mucho cuidado de que no afecte […] a los que no son soldados combatientes. Es una barbaridad, por ejemplo, recurrir a los bombardeos de las poblaciones indiscriminadamente".
El Prelado recordó que esta "barbaridad" ocurrió "en los dos bandos" de la Segunda Guerra Mundial, aunque "desde el punto de vista de la estrategia militar no tiene mucho sentido".
"¿Por qué se bombardea una población? Pues, porque muriendo decenas de miles de personas, se produce una desmoralización de una nación y una especie de movimiento interno para derrocar", señaló.
"Entonces, uno está bombardeando poblaciones civiles, sabiendo que de eso no va a obtener ningún beneficio militar, pero con un intento de desmoralizar. Algo así como hace el terrorismo. Por tanto, es injustificado el bombardeo de las poblaciones civiles", agregó.
Mons. Munilla destacó dos casos durante la Segunda Guerra Mundial que causaron un número atroz de fallecidos, debido a bombardeos indiscriminados de civiles.
Mencionó el bombardeo contra la ciudad alemana de Dresde, que cobró la vida de "unas 40 mil víctimas"; y "también el reiterado bombardeo de Tokyo", que dejó "hasta unos 200 mil muertos". De hecho, "fueron más los muertos en los bombardeos ordinarios de Tokyo" que las dos bombas nucleares contra Hiroshima y Nagasaki, que también fueron una barbarie injustificada, señaló.
También, dijo que "es muy importante señalar determinadas injusticias, por ejemplo, faltas de respeto en el trato a los que son prisioneros de guerra, que muchas veces son fusilados o maltratados o que mueren de inanición, porque no se les da los suficientes medios para poder sobrevivir".
Al respecto, recordó que "en la parte final de la Segunda Guerra Mundial", cuando las tropas soviéticas entraron en Alemania, en "venganza" se sintieron "con el derecho de violar a todas las mujeres alemanas".
"Es decir, tiene que existir siempre una ley moral, incluso especialmente cuidada en un tiempo en el que el deseo de venganza puede ser el recurso o el escenario en el que todo valga", subrayó.
Mons. Munilla también se refirió a la "obediencia debida", y afirmó que "no se puede uno acoger a ella" para justificar los crímenes cometidos.
Sobre este punto, recordó los juicios de Nuremberg al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando "algunos responsables de los campos de concentración argüían la obediencia debida" para justificar el haber asesinado en cámaras de gas "a todos estos judíos o a todas estas personas".
"En estos campos de concentración, la obediencia debida no es invocable, no se puede invocar tal cosa, uno tiene el deber de objetar ante unas órdenes tan absolutamente contrarias al derecho natural", subrayó.
"Por lo tanto, la rebelión frente a un dictador, alguien que está ordenando unas órdenes de violencia desproporcionadas, es una exigencia moral", agregó.
Además, destacó al Beato Franz Jägerstätter, un campesino austriaco católico que murió mártir tras ser guillotinado en 1943 por ejercer con valentía la "objeción de conciencia", al negarse a "servir a la ideología nazi y combatir una guerra injusta".
La película "Una vida oculta" explica cómo el beato "entiende que en conciencia no puede pronunciar un juramento de fidelidad dando la vida por Hitler", dijo.
Finalmente, recordó que la Iglesia sostiene que es reprobable cometer agresiones contra "las minorías étnicas, que fácilmente son objeto de violaciones en ese tipo de situaciones, en las que el derecho y la justicia brilla por su inexistencia".