En su habitual mensaje de Paz del Domingo de Resurrección, el Papa Juan Pablo II auguró la paz de Cristo a todos los hombres, pero pidió especialmente trabajar para que esa paz llegue a los principales puntos de conflicto en el mundo.
En el emotivo mensaje, el Santo Padre recordó al mundo que “¡Cristo ha resucitado, Cristo está vivo entre nosotros!”, y pidió “en este día de tu triunfo sobre la muerte”, para que la humanidad “encuentre en ti, Señor, la valentía de oponerse de manera solidaria a tantos males que nos afligen”.
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En la parte más intensa de su mensaje al mundo, proclamado durante la Misa del Domingo de Pascua con la que puso fin a una intensa actividad, el Pontífice también pidió por el fin del terrorismo y por la paz en las regiones más conflictivas del mundo. “¡Escuchad todos los que os interesáis por el futuro del hombre! ¡Escuchad, hombres y mujeres de buena voluntad! Que la tentación de la venganza abra paso a la valentía del perdón”, señaló el Papa.
El Papa concluyó pidiendo a los cristianos ser “testigos convencidos y gozosos del perenne mensaje de vida y de amor que trajo al mundo el Redentor resucitado”.
El mensaje completo del Santo Padre a continuación:
"Resurrexit, alleluia - ¡Ha resucitado, aleluya!". Este año el anuncio gozoso de la Pascua, escuchado con fuerza en la Vigilia de esa noche, nos llega también para hacer más firme nuestra esperanza.
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24,5-6).
El Ángel consuela así a las mujeres que habían ido al sepulcro. Así nos repite a nosotros la liturgia pascual, hombres y mujeres del tercer milenio: ¡Cristo ha resucitado, Cristo está vivo entre nosotros! Su nombre es ya "el Viviente", "la muerte ya no tiene dominio sobre Él" (Rm 6,9).
¡Resurrexit! Hoy Tú, Redentor del hombre, te levantas victorioso del sepulcro para ofrecer también a nosotros, turbado por tantas sombras che nos amenazan, tu promesa de gozo y de paz.
A ti, Cristo, nuestra vida y nuestro guía, se dirija quien esté tentado por el desánimo y la desesperación, para escuchar el anuncio de la esperanza que no defrauda. En este día de tu triunfo sobre la muerte, que la humanidad encuentre en ti, Señor, la valentía de oponerse de manera solidaria a tantos males que nos afligen.
Que encuentre, en particular, la fuerza para hacer frente al inhumano, y por desgracia extendido, fenómeno del terrorismo, que niega la vida y vuelve perturbada e insegura la existencia cotidiana de tanta gente trabajadora y pacífica.
Que tu sabiduría ilumine a los hombres de buena voluntad en el compromiso inevitable contra esta plaga.
Que la acción de las instituciones nacionales e internacionales, aceleren la superación de las dificultades actuales y favorezca el progreso hacia una organización más ordenada y pacífica del mundo.
Que se confirme y consolide la actividad de los responsables para lograr una solución satisfactoria de los conflictos que perduran, que ensangrientan algunas regiones de África, Irak y Tierra Santa.
Tú, primogénito de muchos hermanos, haz que cuantos se sienten hijos de Abraham descubran la fraternidad que los une y los mueva a propósitos de cooperación y de paz.
¡Escuchad todos los que os interesáis por el futuro del hombre! ¡Escuchad, hombres y mujeres de buena voluntad! Que la tentación de la venganza abra paso a la valentía del perdón; que la cultura de la vida y del amor haga vana la lógica de la muerte; que la confianza vuelva a reanimar la vida de los pueblos.
Si nuestro futuro es único, es un compromiso y un deber de todos construirlo con paciente y solícita clarividencia.
"Señor, ¿a quién vamos a acudir?" Sólo Tú, que has vencido a la muerte, "tienes Palabras de vida eterna" (Jn 6,68). A ti dirigimos con confianza nuestra oración, en la que invocamos también tu consuelo para los familiares de las numerosas víctimas de la violencia.
Ayúdanos a trabajar sin cesar para que venga ese mundo más justo y solidario que Tú, resucitando, has inaugurado. En este esfuerzo está a nuestro lado aquella que creyó que se cumplirían las Palabras del Señor (Cf. Lc 1,45).
¡Dichosa tú, María, testigo silencioso de la Pascua! Tú, Madre del Crucificado resucitado, que en la hora del dolor y de la muerte tuviste encendida la lámpara de la esperanza, enséñanos también a nosotros a ser, entre las contradicciones del tiempo que pasa, testigos convencidos y gozosos del perenne mensaje de vida y de amor que trajo al mundo el Redentor resucitado.