Las meditaciones del Via Crucis que el Papa Juan Pablo II presidió la noche de Viernes Santo en el Coliseo de Roma, y que fueron redactadas por el eremita belga André Louf, destacaron el camino de la vida después de la muerte que para la humanidad abre Jesucristo con su propia muerte en la cruz.
“Jesús, hermano nuestro”, dice la primera meditación de las 14 estaciones compuestas por el Monje trapense. “Para abrir a todos los hombres el camino de la Pascua has querido experimentar la tentación y el miedo, enséñanos a refugiarnos en ti, y a repetir tus palabras de abandono y entrega a la voluntad del Padre, que en Getsemaní han alcanzado la salvación del universo. Haz que el mundo conozca a través de tus discípulos el poder de tu amor sin límites, del amor que consiste en dar la vida por los amigos”, dice la primera meditación.
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Las sucesivas meditaciones se centraron en la libertad y la victoria definitiva sobre la muerte traída por los sufrimientos y por la muerte del Señor Jesús: “el sentido de abandono se cambia en abandono en los brazos del Padre; la última respiración del moribundo se vuelve grito de victoria, la humanidad, que se había alejado en un arrebato de autosuficiencia, es acogida de nuevo por el Padre”, dice una de la últimas meditaciones.
“Jesús, envuelto en una sábana y colocado en la tumba, esperas que, rodada la piedra, se rompa el silencio de la muerte con el júbilo del aleluya perenne”, concluyó la oración de la última estación.
Lea El Viacrucis completo del Viernes Santo 2004 en http://www.aciprensa.com/Docum/viacrucis04.htm