Cada 6 de octubre, la Iglesia recuerda a San Bruno de Colonia, sacerdote fundador, en 1084, de los Cartujos, orden contemplativa que se ha mantenido, de manera notable, bajo el espíritu de la sencillez y la austeridad.
La Cartuja
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Ya en el siglo XVII, el sabio y piadoso Cardenal Giovanni Bona describía a los monjes cartujos de esta manera: "[Son] el gran milagro del mundo: viven en el mundo como si estuviesen fuera de él; son ángeles en la tierra, como Juan Bautista en el desierto".
Y es que estos monjes han intentado ser siempre fieles al legado de San Bruno y hacer de sus monasterios un “adelanto” de las realidades espirituales que nos esperan si amamos a Dios; un signo de su presencia en el mundo.
Baste considerar el lema de la “Cartuja” (nombre con el que se designa coloquialmente a la Orden): “Stat Crux dum volvitur orbis”, que en latín quiere decir: “La Cruz se mantiene firme mientras el mundo da vueltas".
Búsqueda espiritual
San Bruno (c. 1030 - 6 de octubre de 1101) nació en Colonia, en ese entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico. Fue profesor de Filosofía y Teología en la Escuela de Reims (Francia), donde enseñó durante 18 años.
Allí se hizo conocido por su habilidad para la enseñanza, lo que le valió prestigio académico a esa casa de estudios. Tras su paso por Reims, asumió como el canciller de la diócesis, nombrado por el Arzobispo Manasés.
Bruno de Colonia tenía, en ese momento, todos los pergaminos para seguir una carrera eclesiástica. Sin embargo, empezó a descubrir el llamado a una vida de oración al estilo monacal.
Dejar atrás el mundo y sus vanidades
Junto a un grupo de compañeros, Bruno se estableció en la comuna normanda de Saint-Pierre-de-Chartreuse. En ese momento no se tenía la menor intención de fundar una orden religiosa. Si se llegó a eso fue por el fervor y la entrega de aquellos hombres, los que llamaron la atención del delfín de Francia y de las autoridades eclesiales. Así, la Iglesia formuló una invitación a los monjes a instituirse.
Más adelante, el conde Rogelio -hermano del famoso normando Roberto Guiscardo, Duque de Apulia y Calabria- le regaló a San Bruno el fértil valle de La Torre, en la diócesis de Squillace (Calabria, Italia). Ahí se estableció el santo con algunos otros discípulos.
Dios, en el camino, suscitó en San Bruno el deseo de una vida de estilo eremítico. Es cierto que en su itinerario espiritual se acercó a la forma cenobítica del monacato -monjes aislados del mundo pero que compartían una vida en común-; sin embargo, optó finalmente por la vida en completa soledad, de cara a Dios.
La Iglesia, en virtud a tal espíritu de desprendimiento y dedicación a Dios, considera la vida de los cartujos como paradigma del estado de contemplación y penitencia.
Vivir en el mundo como si se estuviese fuera de él
San Bruno de Colonia murió el domingo 6 de octubre de 1101. Un tiempo después, los monjes enviaron un relato sobre su muerte a las principales iglesias y monasterios de Italia, Francia, Alemania, Inglaterra e Irlanda, pues era entonces costumbre pedir oraciones por las almas de los que habían fallecido.
Ese documento, junto con los Elogia (Elogios al difunto), escritos por los 178 monjes que recibieron el relato de su muerte, es uno de los más completos y valiosos testimonios que existen y que confirman la vida ejemplar del santo.
Santo por aclamación
San Bruno no ha sido canonizado formalmente, pues los Cartujos han rehuido generalmente a las manifestaciones públicas desde siempre, incluso a las eclesiásticas. Sin embargo, en 1514, obtuvieron del Papa León X el permiso para celebrar la fiesta de su fundador. El Papa Clemente X extendió esta festividad a toda la Iglesia occidental en 1674.
El santo es particularmente popular en Calabria, y el culto que se le tributa hoy refleja en buena medida el doble aspecto, activo y contemplativo, de su vida.
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Si quieres saber más sobre la vida de San Bruno de Colonia, te recomendamos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Bruno.