Antes del rezo del Ángelus dominical este 5 de septiembre, el Papa Francisco lamentó que a menudo las personas no son capaces de escuchar, debido a una sordera interior, por lo que invitó a pedir al Señor que sane esa "sordera del corazón".

Así lo dijo el Santo Padre al reflexionar en el pasaje del Evangelio de San Marcos (Mc 7,33-34) en el que cual se relata cuando Jesús curó a un sordomudo.

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"Todos tenemos oídos, todos, pero muchas veces no somos capaces de escuchar. ¿Por qué? De hecho, hay una sordera interior, que hoy podemos pedir a Jesús que toque y sane. Esa sordera interior es peor que la física, es la sordera del corazón. Atrapados por las prisas, por mil cosas que decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos a escuchar a quien nos habla. Corremos el riesgo de volvernos impermeables a todo y de no dar cabida a quienes necesitan ser escuchados: pienso en los hijos, en los jóvenes, en los ancianos, en muchos que no necesitan tanto palabras y sermones, sino ser escuchados", advirtió el Papa.

 

 

En esta línea, el Papa invitó a preguntarse "¿cómo va mi escucha? ¿Me dejo tocar por la vida de las personas, sé dedicar tiempo a los que están cerca de mí para escucharla?" y añadió que "esto es para todos nosotros, pero en forma especial para los sacerdotes: el sacerdote debe escuchar a la gente, no ir con prisas, escuchar, y ver allí cómo puede ayudar, pero después de haberla escuchado".

Además, el Santo Padre alentó a reflexionar también en la falta de escucha "en la vida familiar: ¡cuántas veces se habla sin escuchar primero, repitiendo los propios estribillos que son siempre iguales! Incapaces de escuchar, siempre decimos las mismas cosas, o no dejamos que el otro termine de hablar, de expresarse, y nosotros lo interrumpimos".

Por ello, el Papa destacó la importancia del silencio porque "el renacimiento de un diálogo, a menudo, no viene de las palabras, sino del silencio, de no quedarse estancado, de volver a empezar pacientemente a escuchar a la otra persona, escuchar sus luchas, a lo que lleva dentro. La curación del corazón comienza con la escucha" y añadió que el escuchar "resana el corazón".

"Lo mismo ocurre con el Señor. Hacemos bien en inundarle con peticiones, pero haríamos mejor a ponernos primero a escucharle", advirtió el Papa quien preguntó: ""¿Nos acordamos de escuchar al Señor?".

Escuchar la Palabra de Dios

"Somos cristianos, pero quizás, entre las miles de palabras que escuchamos cada día, no encontramos unos segundos para dejar que resuenen en nosotros algunas palabras del Evangelio. Jesús es la Palabra: si no nos detenemos a escucharlo, pasa de largo. Si no nos detenemos a escucharlo, pasa de largo. San Agustín decía: 'tengo miedo del Señor cuando pasa'. El miedo era dejarlo pasar sin escucharlo", señaló el Papa.

De este modo, el Santo Padre subrayó que "si dedicamos tiempo al Evangelio, encontraremos un secreto para nuestra salud espiritual. He aquí la medicina: cada día un poco de silencio y de escucha, algunas palabras inútiles menos y algunas palabras más de Dios. Siempre con el Evangelio en el bolsillo que te ayuda mucho".

"Jesús lo pide. En el Evangelio, cuando le preguntan cuál es el primer mandamiento, responde: 'Escucha, Israel'. Luego añade en el primer mandamiento: 'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón [...] y a tu prójimo como a ti mismo'. Pero en primer lugar dice: 'Escucha Israel. Escucha'", indicó el Papa.

Finalmente, el Santo Padre alentó a escuchar hoy "como el día de nuestro Bautismo, las palabras de Jesús: 'Efatá, ábrete'. Ábrete los oídos" para rezar: "Jesús, deseo abrirme a tu Palabra, Jesús abrirme a la escucha. Jesús sana mi corazón de la cerrazón, Jesús sana mi corazón de la prisa, de la prisa y Jesús sana mi corazón de la impaciencia".

"Que la Virgen María, abierta a la escucha de la Palabra, que en ella se hizo carne, nos ayude cada día a escuchar a su Hijo en el Evangelio y a nuestros hermanos y hermanas con un corazón dócil, paciente y atento", concluyó el Papa.

A continuación, el Evangelio comentado por el Papa Francisco:

San Marcos 7, 31-37
31 Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
32 Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. 33 Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. 34 Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!» 35 Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.
36 Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. 37 Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».