Este 15 de junio se cumplen cien años de la séptima aparición de la Virgen de Fátima a Lucía, ocurrida después del fallecimiento de sus primos Francisco y Jacinta Marto.
En 1921 el entonces obispo de Leiria, Mons. José Alves Correia da Silva, quiso encontrarse con Lucía, una de las videntes de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima, en 1917.
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En dicho encuentro Lucía fue interrogada sobre las apariciones y Mons. Alves le aconsejó que mantuviera en secreto todo lo que había presenciado y se fuera de Fátima.
Es por ello que el 15 de junio de 1921 Lucía fue a despedirse del lugar de las apariciones, y es en ese momento que la Virgen María realiza su séptima aparición en Fátima.
Los otros dos pastorcitos, Francisco y Jacinta, ya habían fallecido en 1919 y 1920, respectivamente.
En su diario, Lucía escribe que aceptó la propuesta del Obispo, pero muy pronto se arrepintió. "La alegría que sentí cuando me despedí del Obispo duró poco. Me acordé de mis parientes, la casa de mi padre, Cova da Iria, Cabeço, Valinhos, el pozo… ¿y ahora dejar todo, así, de una vez por todas? ¿No sé adónde ir…? Le dije al Sr. Obispo 'sí', pero ahora le voy a decir que me arrepiento y que no quiero ir allí".
Ante este sufrimiento, decidió visitar por última vez Cova da Iria, lugar de las apariciones de la Virgen María en 1917. En ese lugar tuvo otra visión de Nuestra Señora que luego describió en su diario. "Tan solícito, descendiste una vez más a la tierra, y fue entonces cuando sentí Tu mano amable y maternal tocarme en el hombro; miré hacia arriba y te vi, eras Tú, la Santísima Madre dándome tu mano y mostrándome el camino; tus labios se abrieron y el dulce timbre de tu voz devolvió luz y paz a mi alma: 'Aquí estoy por séptima vez, ve, sigue el camino por donde el Señor Obispo te quiere llevar, esta es la voluntad de Dios'. Entonces repetí mi 'sí', ahora mucho más consciente que el 13 de mayo de 1917, y mientras volvías a elevarte al Cielo, como en un relámpago, toda la serie de maravillas que en ese mismo lugar pasaron por mi mente, hace apenas cuatro años, allí había podido contemplar ".
"Seguramente, desde el Cielo, tu mirada materna siguió mis pasos y, en el inmenso espejo de la Luz que es Dios, viste la lucha de aquel a quien prometiste protección especial: 'No te dejaré jamás. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te llevará a Dios ", escribió Lúcia.
Al día siguiente Lucía fue a Porto y el 17 de junio fue admitida a la custodia de las monjas de Santa Dorotea y adoptó el nombre de Maria das Dores. Posteriormente, en 1925, Lucía se incorporó a la Congregación de Santa Dorotea, en España, donde tuvieron lugar las apariciones de Tuy y Pontevedra, las apariciones de la Santísima Trinidad, Nuestra Señora y el Niño Jesús.
Deseando una vida de mayor recogimiento para responder al mensaje que Nuestra Señora le había confiado, ingresó al Carmelo de Coimbra en 1948, donde se entregó más profundamente a la oración y al sacrificio y tomó el nombre de Sor María Lucía de Jesús y el Corazón Inmaculado.
Fue en este Carmelo donde murió Sor Lucía el 13 de febrero de 2005. Desde el 19 de febrero de 2006 sus restos mortales se encuentran enterrados en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en el Santuario de Fátima.
Recordando el centenario de la séptima aparición de Nuestra Señora a Lucía, el Santuario de Fátima afirmó que esta aparición asume "un carácter más místico y configura el camino de santidad de la vidente de Fátima, que desde entonces siempre vivió lejos de Cova da Iria". Además, declaró que los relatos de la vidente revelan dos aspectos que marcarían su vida: "La obediencia al obispo de Leiria, y en consecuencia a la Iglesia, y la solicitud ante la Madre, cumpliendo esta petición de María, en las Bodas de Caná: 'Haced lo que Él os diga'".
En un video reciente publicado por el Santuario de Fátima con motivo de la exposición temporal "Los rostros de Fátima - fisonomías de un paisaje espiritual", el teólogo e historiador José Rui Teixeira afirmó que los dos rasgos de la personalidad de Sor Lucía de Jesús eran obediencia y resistencia.
"El corazón de esta vida fue la oración, la intimidad espiritual con Dios. En ese núcleo, nunca se olvidó de la Iglesia, del Santo Padre, la conversión de los pecadores, la unión de las Iglesias y la unidad de la Iglesia; su comunidad y esa muchedumbre silenciosa que -de todo el mundo- se encomendaron a sus oraciones ", afirmó el teólogo e historiador.
Según Teixeira, "por mucho que Lucía trató de permanecer oculta, por mucho que las circunstancias la aislaran y silenciaran, nadie la olvidó, incluso después de décadas de encierro".
Publicado originalmente en ACI Digital. Traducido y adaptado por Liliana Montes.