El Papa Francisco dedicó su catequesis al tema de "Jesús modelo y alma de toda oración" en la Audiencia General de este miércoles 2 de junio que se llevó a cabo en el patio de San Dámaso del Vaticano con la presencia de numerosos fieles.
"De la oración viene la invitación a escuchar a Jesús, siempre en la oración. De este rápido recorrido por el Evangelio, deducimos que Jesús no sólo quiere que recemos como Él reza, sino que nos asegura que, aunque nuestros tentativos de oración sean completamente vanos e ineficaces, siempre podemos contar con su oración. Debemos ser conscientes, Jesús reza por mí", dijo el Santo Padre.
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A continuación, el texto de la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los Evangelios nos muestran cuanto la oración ha sido fundamental en la relación de Jesús con sus discípulos. Ya se aprecia en la elección de los que luego se convertirían en los apóstoles. Lucas sitúa la elección en un contexto preciso de oración, y dice así: "Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. 13. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles"(6,12-13). Jesús eligió a los apóstoles después de una noche de oración.
Parece que no haya otro criterio en esta elección si no es la oración, el diálogo de Jesús con el Padre. A juzgar por cómo se comportarán después esos hombres, parecería que la elección no fue de las mejores; porque todos escaparon y lo dejaron solo antes de la pasión, pero es precisamente esto, especialmente la presencia de Judas, el futuro traidor, lo que demuestra que esos nombres estaban escritos en el plan de Dios.
Continuamente reaparece en la vida de Jesús la oración en favor de sus amigos. A veces los apóstoles se convierten en motivo de preocupación, pero Jesús, así como los recibió del Padre, así los lleva en su corazón, incluso en sus errores, incluso en sus caídas. En todo ello descubrimos cómo Jesús fue maestro y amigo, siempre dispuesto a esperar pacientemente la conversión del discípulo.
El punto culminante de esta paciente espera es la "tela" de amor que Jesús teje en torno a Pedro. En la Última Cena le dice: "¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc 22:31-32).
Es impresionante saber que, en el tiempo del desfallecimiento, el amor de Jesús no cesa, sino que se hace más intenso y que estamos en el centro de su oración.
Pero padre, si yo estoy en pecado mortal ¿hay amor de Jesús? Sí ¿Y Jesús continúa rezar por mí? Sí ¿Y si yo he hecho cosas feas, muchos pecados, Jesús continúa? Sí. El amor de Jesús, la oración de Jesús, para cada uno de nosotros no cesa, no cesa, sino que se hace más intenso y que estamos en el centro de su oración. Esto lo tenemos que llevar siempre en la memoria. Jesús reza por mí, está rezando ahora ante el Padre y le hace ver las llagas que ha llevado consigo para hacerle ver al Padre el precio de nuestra salvación, el amor que nos tiene. En este momento cada uno de nosotros piense, en este momento ¿Jesús está rezando por mí? Sí. Esta es una gran seguridad que nosotros debemos tener.
La oración de Jesús vuelve puntualmente en un momento crucial de su camino, el de la verificación de la fe de los discípulos. Escuchemos de nuevo al evangelista Lucas: "Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.» Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó en nombre de todos: «El Cristo de Dios.» Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie"(9:18-21).
Las grandes decisiones en la misión de Jesús están siempre precedidas de una oración intensa, de la oración prolongada. Siempre en ese momento, hay oración. Esta prueba de fe parece una meta, pero en cambio es un punto de partida renovado para los discípulos, porque, a partir de entonces, es como si Jesús subiera un tono en su misión, hablándoles abiertamente de su pasión, muerte y resurrección.
En esta perspectiva, que despierta instintivamente la repulsión, tanto en los discípulos como en nosotros que leemos el Evangelio, la oración es la única fuente de luz y fuerza. Es necesario rezar más intensamente, cada vez que el camino se empina.
Y en efecto, tras anunciar a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, tiene lugar el episodio de la Transfiguración. "Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén" (Lc 9,28-31), es decir la pasión.
Por tanto, esta manifestación anticipada de la gloria de Jesús tuvo lugar en la oración, mientras el Hijo estaba inmerso en la comunión con el Padre y consentía plenamente en su voluntad de amor, en su plan de salvación. Y de esa oración salió una palabra clara para los tres discípulos implicados: "Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle" (Lc 9,35).
De la oración viene la invitación a escuchar a Jesús, siempre en la oración. De este rápido recorrido por el Evangelio, deducimos que Jesús no sólo quiere que recemos como Él reza, sino que nos asegura que, aunque nuestros tentativos de oración sean completamente vanos e ineficaces, siempre podemos contar con su oración. Debemos ser conscientes, Jesús reza por mí.
Una vez un buen obispo me contó que, en un momento de su vida de una prueba grande, grande, grande, todo oscuro, miró en la basílica en alto y vio escrita esta frase: "yo Pedro rezaré por ti". Y esto le dio fuerza y consuelo. Y esto sucede cada vez que cada uno de nosotros sabe que Jesús reza por él, Jesús reza por nosotros. ¿En este momento? En este momento. Hagan este ejercicio de memoria, de repetir esto, cuando hay alguna dificultad, cuando están en órbita, en las distracciones, Jesús está rezando por mí, pero Padre ¿esto es verdad? Es verdad, lo ha dicho Él mismo. No olvidemos que lo que sostiene a cada uno de nosotros en la vida es la oración de Jesús por cada uno de nosotros, con nombre y apellido, delante al Padre, haciéndole ver las llagas que son el precio de nuestra salvación.
Aunque nuestras oraciones fueran solamente balbuceos, si se vieran comprometidas por una fe vacilante, nunca debemos dejar de confiar en Él. Yo no sé rezar, pero Él reza por mí. Sostenidas por la oración de Jesús, nuestras tímidas oraciones se apoyan en alas de águila y suben al cielo. No se olviden, Jesús está rezando por mí. ¿Ahora? Ahora. ¿En los momentos de la prueba? Sí. ¿En el momento del pecado? También en aquel momento Jesús está rezando por mí. Gracias.