Cada 24 de abril se celebra la conversión de San Agustín, obispo, Doctor y Padre de la Iglesia; patrono de los que buscan a Dios.

Un día como hoy, pero del año 387, Agustín era bautizado en Milán (Italia) por manos de San Ambrosio, obispo de la ciudad. El santo venido del norte de África tenía treinta y tres años de edad en ese momento, razón por la cual siempre calificó su propia conversión como “tardía”: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!” (Confesiones, X)

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«Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como soy conocido»

La familia agustiniana y todos los devotos del célebre obispo de Hipona recuerdan hoy el milagro de la conversión de San Agustín, símbolo de toda conversión a Cristo, “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6).

El P. Alejandro Moral Antón OSA, prior general de la Orden de San Agustín, explicaba hace unos años el significado de esta fecha: “En este día, en el que celebramos la conversión y el Bautismo de nuestro padre San Agustín, de quien todos nos sentimos discípulos e hijos, deseamos compartir aún más fuertemente su propia experiencia: don grande y precioso que nos lleva a la verdad, nos fortalece en el amor y nos ayuda a vivir en libertad” (Mensaje a todos los hermanos, hermanas y laicos de la Familia Agustiniana, 24 de abril de 2021).

San Agustín fue un brillante orador, filósofo y teólogo, autor de numerosos textos de importancia capital para la historia del cristianismo y de la cultura occidental en general. Entre estos siempre destacan las “Confesiones” y "La ciudad de Dios".

Una conversión llama a otras conversiones

El prior de los agustinos, en el mismo mensaje, recuerda con insistencia la necesidad del acompañamiento de la Iglesia -comunidad de los bautizados- para alcanzar la meta que tanto anheló San Agustín y que mantuvo su corazón siempre “inquieto”: “Ayudémonos mutuamente para que al llegar al culmen de nuestro camino de conversión y de descubrimiento del inmenso amor de Dios podamos exclamar también nosotros, con la misma alegría y persuasión de nuestro padre Agustín: ‘Ahora te amo solo a ti, a ti solo sigo y busco, a ti solo estoy dispuesto a servir’ (Soliloquios, 1005.5)”.

Una conversión auténtica es un cambio radical, una transformación del corazón y de la mente según la medida de Cristo. Es un proceso exigente -dejar aquello que nos impide llegar a Dios- que requiere de la asistencia de la gracia, por un lado, y de la cooperación de la libertad humana, por el otro. Sabio es Dios que conoce y atrae el corazón humano:

“Con la esperanza de que todos nosotros podamos reconocer en nuestra cotidianidad la belleza ‘tan antigua y tan nueva’ de Dios y de sus obras, os bendigo invocando sobre nuestra orden la intercesión de San Agustín y la amorosa protección de María, a quien celebramos en estos días con el bonito título agustiniano de Madre del Buen Consejo”, concluye el P. Moral Antón.

“Estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y ha sido hallado” (Lc 15, 32)

San Agustín de Hipona nació el 13 de noviembre del año 354 en Tagaste, al norte de África (en territorio que hoy pertenece a Argelia). Su madre, Santa Mónica, fue de quien Dios se valió para que Agustín conociera a Cristo: fue la madre abnegada que nunca dejó de rezar por su hijo.

Durante su juventud, Agustín se entregó a una vida libertina e inmoral, entregado a los placeres mundanos y la búsqueda de prestigio. Por catorce años convivió con una esclava, con la que tuvo un hijo al que llamó Adeodato, quien moriría muy joven.

De acuerdo al relato del propio Agustín, se encontraba en el jardín sumido en una profunda melancolía, atrapado en sus cavilaciones, cuando escuchó una voz parecida a la de un niño -o quizás de una mujer- proveniente de la casa aledaña. Aquella voz repetía: “Tolle lege; tolle lege” [toma y lee; toma y lee]. El santo interpretó esto como una llamada de Dios a abrir la Sagrada Escritura que tenía a la mano y leerla. Así lo hizo, como al azar, y se encontró con el capítulo 13 de la Carta de San Pablo a los romanos:

"Nada de comilonas ni borracheras; nada de lujurias y desenfrenos...revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias" (Rom 13,13-14). De aquél momento hasta el día en que fue bautizado, todo fue más claro y llano en su interior: desde ese momento resolvió dejar su vida pasada, llena de cadenas y frustración, para ir en pos de la pureza perdida y entregar la vida al Señor.

El Bautismo y su impacto en la vida del cristiano

En el año 387, Agustín fue bautizado, ya maduro, junto a Adeodato, su hijo, quien moriría poco después. El santo era muy consciente de que su conversión llegaba a la edad en la que Cristo concluyó su obra en la tierra. Sabía, ahora con claridad meridiana, que sus idas y venidas en esta vida no habían sido sino desperdicio, cegado por las apariencias y espejismos.

Dios llamó posteriormente a Agustín al sacerdocio y al episcopado. Como obispo gobernó la diócesis de Hipona durante 34 años. Gracias a sus dotes intelectuales y espirituales pronto se convirtió en una luz en medio de un mundo que se resquebrajaba frente a sus ojos. Por su lucidez, valor y sabiduría el obispo de Hipona fue respetado por propios y extraños, dentro y fuera de la Iglesia, como hasta hoy.

Combatió herejías, debatió contra aquellos que promovían ideas contrarias a la fe y la verdad, convocó y presidió concilios, y viajó anunciando el Evangelio.

En agosto de 430, San Agustín cayó enfermó y falleció el día 28, a los 75 años, razón por la que la Iglesia celebra su fiesta universal ese día (28 de agosto de cada año).

Si deseas conocer un poco más sobre la vida de San Agustín de Hipona, puedes consultar el siguiente enlace de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Vida_de_San_Agust%C3%ADn_de_Hipona.