Muchos santos a lo largo de los siglos han afirmado que la Pascua de Resurrección es la "fiesta de todas las fiestas" en la Iglesia Católica. A continuación presentamos lo que tres santos dijeron sobre esta fecha, que es el cumplimiento de la promesa de la vida eterna.
San Juan Pablo II
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En la Vigilia Pascual del 22 de abril del año 2000, el Papa Juan Pablo II expresó: "Ha resucitado del sepulcro el Señor, que por nosotros fue colgado a la cruz. Sí, Cristo ha resucitado verdaderamente y nosotros somos testigos de ello. Lo gritamos al mundo, para que la alegría que nos embarga llegue a tantos otros corazones, encendiendo en ellos la luz de la esperanza que no defrauda".
En la encíclica Evangelium vitae, el Papa escribe: "Esta repugnancia natural a la muerte es iluminada por la fe cristiana y este germen de esperanza en la inmortalidad alcanza su realización por la misma fe, que promete y ofrece la participación en la victoria de Cristo Resucitado: es la victoria de Aquél que, mediante su muerte redentora, ha liberado al hombre de la muerte, 'salario del pecado' (Rm 6, 23), y le ha dado el Espíritu, prenda de resurrección y de vida (cf. Rm 8, 11)".
Asimismo, en un discurso pronunciado antes de recitar el Regina caeli el domingo 21 de abril de 1996, el santo polaco dijo: "La resurrección de Cristo es la fuerza, el secreto del cristianismo. No se trata de mitología ni de mero simbolismo, sino de un hecho concreto. Está confirmado por pruebas seguras y convincentes. La aceptación de esta verdad, aunque fruto de la gracia del Espíritu Santo, descansa al mismo tiempo sobre una sólida base histórica. En el umbral del tercer milenio, el nuevo esfuerzo de evangelización sólo puede comenzar a partir de una experiencia renovada de este Misterio, aceptado en la fe y testimoniado en la vida".
San Juan XXIII
En 1959, San Juan XXIII dijo al respecto: "¡La Iglesia está viva, como está vivo su Divino Fundador! La Iglesia avanza con la virtud misma de la vida, mientras Jesús, después de haberse sometido a la naturaleza mortal, avanza victorioso más allá de la barrera de piedra que sus enemigos han colocado para proteger la tumba. También a lo largo de los siglos ha habido otros enemigos de la Iglesia, que han intentado cerrarla como en un sepulcro, celebrando de tanto en tanto su agonía y muerte. Pero ella, que tiene en su interior la fuerza invencible de su Fundador, renace siempre con él, perdonando a todos y asegurando serenidad y paz a los humildes, a los pobres, a los que sufren, a los hombres de buena voluntad".
"La Pascua es para todos un misterio de muerte y de vida: por eso, según el precepto expreso de la Iglesia, que les recordamos paternalmente, todos los fieles están invitados en este momento a purificar su conciencia con el sacramento de la penitencia, sumergiéndola en la Sangre de Jesús; y está llamado a acercarse con mayor fe al banquete eucarístico, a alimentarse de la carne vivificante del Cordero inmaculado. El misterio de la Pascua es, por tanto, de muerte y resurrección para cada creyente", dijo San Juan XXIII ese mismo año.
San Vicente Ferrer
San Vicente Ferrer, el santo que ayudaba a matrimonios en crisis con agua bendita, dijo en su Sermón 2 sobre Pascua: "El mayor de todos [los días de fiesta] es el día de Pascua, el día de la Resurrección del Señor, porque hoy se nos ha dado la seguridad de obtener la vida eterna e inmortal en alma y cuerpo. Cristo nos lo dio a través de su resurrección, que es la causa y la seguridad de nuestra resurrección".
"¿Por qué deberíamos hoy cantar Aleluya, Alabado sea el Señor? Porque este día somos alimentados, liberados, seguros de la verdad, y se nos da la promesa de ser dotados, en nuestra resurrección, de los dones de claridad, agilidad, luminosidad e impasibilidad, que Cristo mostró en su resurrección", continúa el mensaje del santo.
Finalmente, añade: "Existen múltiples razones por las que hoy debemos regocijarnos espiritualmente y alabar a Dios. Primero, porque Dios nos alimenta con su Cuerpo y Sangre en el sacramento del altar, porque las familias celebran mucho comiendo juntas. Así que el Cuerpo que hoy nos entrega sacramentalmente es el mismo cuerpo que asumió de la Virgen, en el que vivió durante 33 años, y en el que quiso sufrir, ser enterrado y resucitar. Con su cuerpo, da su alma y su divinidad, por concomitancia natural".