Al retomar las catequesis sobre los salmos y cánticos de las horas de Vísperas, el Papa Juan Pablo II señaló, comentando el Salmo 10, -“La confianza del justo está en el Señor”-, que Dios no es indiferente al bien y el mal, sino que toma partido por los buenos.
“El tono espiritual de todo el canto –afirmó el Santo Padre- se expresa en el verso final: ‘El Señor es justo y ama la justicia’. Esta es la raíz de toda confianza y la fuente de toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba. Dios no es indiferente ante el bien y el mal, es un Dios bueno y no un hado oscuro, indescifrable y misterioso”.
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Juan Pablo II señaló que en la primera de las dos escenas del salmo se “describe al impío en su aparente triunfo”, que quiere “golpear con violencia a su víctima, es decir, al fiel” y éste último “se siente solo e impotente frente a la irrupción del mal”.
Entonces, continuó, en la segunda escena, “el Señor, sentado en su trono celestial, abraza con su mirada penetrante todo el horizonte humano. Desde aquella posición trascendental, signo de la omnisciencia y de la omnipotencia divina, Dios puede escrutar y valorar a cada persona, distinguiendo el bien del mal y condenando con vigor la injusticia”.
“El Señor –añadió- no es un soberano remoto, cerrado en su mundo dorado, sino una presencia vigilante que está de la parte del bien y de la justicia. Ve y provee, interviniendo con su palabra y su acción”. El impío, empapado por la lluvia del fuego y azufre, “símbolos del juicio de Dios”, experimenta que “hay un Dios que hace justicia en la tierra”.
El Papa puso de relieve que el último verso “abre el horizonte a la luz y a la paz destinadas al justo, que contemplará a su Señor, juez justo, pero sobre todo liberador misericordioso: ‘Los rectos verán su rostro’. Es una experiencia de comunión alegre y de confianza serena en el Dios que libera del mal”.