El 4 de diciembre del año 2000 la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), bajo resolución 55/76, solicitó que a partir del 20 de junio del 2001 se conmemore el Día Mundial de los Refugiados; pedido que fue aprobado el 12 de febrero del 2001 por la Asamblea General.
Para la ONU los días internacionales se crean con el fin de sensibilizar a las personas sobre problemáticas sin resolver en temas de derechos humanos, y llamar la atención mediática y gubernamental para fomentar la creación de políticas públicas concretas.
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En este caso, la fecha representó un homenaje a los 50 años de labor de la ACNUR “en favor de los repatriados, apátridas y desplazados internos”, y de los propósitos de las Naciones Unidas (ONU) de promover “la paz, los derechos humanos y el desarrollo”.
La ACNUR fue creada en 1950 para “ayudar a millones de europeos que habían huido o perdido sus hogares” durante la Segunda Guerra Mundial. El 28 de julio de 1951, en Ginebra, la ONU estableció la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, que indica los “conceptos fundamentales para la protección internacional de los refugiados”.
En su sitio web, la ACNUR señala que 145 estados forman parte de esta Convención, que define quién es un refugiado y plantea la necesidad de la cooperación internacional para solucionar esta situación. También establece un número de derechos y obligaciones de los refugiados con el país que los acoge, que aumentan en base al tiempo en el que viven en esos lugares.
Su principio máximo es que “un refugiado no debe ser devuelto a un país donde enfrenta serias amenazas a su vida o libertad”.
El 4 de octubre de 1967 se creó un Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados para eliminar la “limitación de tiempo y espacio” planteada en la Convención de 1951, que sólo permitía pedir asilo a los europeos refugiados.
Según la ONU, actualmente pueden pedir refugio “los civiles que se ven obligados a huir de su país a causa de conflictos activos” y quienes demuestren que están siendo perseguidos.
La Iglesia Católica y su labor con los refugiados
La Iglesia Católica también se ha pronunciado sobre la problemática de los refugiados, migrantes y desplazados, y ha llamado a los fieles a acogerlos en numerosas ocasiones.
En el 2013, el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes señaló que “la migración ha cambiado y está destinada a aumentar en las futuras décadas”. Asimismo, afirmó que el compromiso de la Iglesia Católica hacia los migrantes y refugiados se atribuye al amor y la compasión de Jesús, el Buen Samaritano.
En ese sentido, citó a los dos últimos pontífices para explicar que al atender las necesidades espirituales y pastorales de los migrantes, se promueve su dignidad humana y se proclama el Evangelio del amor y de la paz.
En la primera encíclica de Benedicto XVI, titulada Deus caritas est, (Dios es Amor) del 25 de diciembre de 2005, el Papa afirmó que el amor trasciende cualquier tipo de frontera o de distinción: "La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la caritas-agapé supera los confines de la Iglesia; la parábola del Buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado 'casualmente', quienquiera que sea".
Asimismo, el Papa Francisco relacionó el tema con la Resurrección y la actitud personal, exhortando a dejar que la fuerza del amor de Cristo transforme nuestras vidas para ser instrumentos de misericordia que Dios use para “hacer florecer la justicia y la paz”.
Esto implica “que cambie el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e imploremos por medio de Él la paz para el mundo entero [...], y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la [...] población afectada por el conflicto y los tantos refugiados que están esperando ayuda y consuelo”, señaló el Papa Francisco en su mensaje Urbi et Orbi del 31 de marzo de 2013.
Paz para aquellos que “se ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con miedo [...], para que se superen las divergencias y madure un renovado espíritu de reconciliación”, añadió.
En julio de ese mismo año, el Papa Francisco realizó su primera visita pastoral fuera de Roma como Pontífice. El lugar elegido fue la isla italiana de Lampedusa, donde se reunió con 50 inmigrantes, entre jóvenes somalíes y eritreos que, como tantos otros, atraviesan los mares arriesgando sus vidas para llegar a Europa.
Este año, en su mensaje para la 110 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2024, que la Iglesia Católica celebrará el domingo 29 de septiembre, el Papa Francisco escribe que al igual que el pueblo de Israel que huyó de Egipto, "los migrantes huyen a menudo de situaciones de opresión y abusos, de inseguridad y discriminación, de falta de proyectos de desarrollo. Y así como los hebreos en el desierto, también los emigrantes encuentran muchos obstáculos en su camino: son probados por la sed y el hambre; se agotan por el trabajo y la enfermedad; se ven tentados por la desesperación".
En ese caminar, explica el Papa, "muchos emigrantes experimentan a Dios como compañero de viaje, guía y ancla de salvación. Se encomiendan a Él antes de partir y a Él acuden en situaciones de necesidad. En Él buscan consuelo en los momentos de desesperación. Gracias a Él, hay buenos samaritanos en el camino".
"Unámonos en oración por todos aquellos que han tenido que abandonar su tierra en busca de condiciones de vida dignas. Sintámonos en camino junto con ellos, hagamos juntos 'sínodo' y encomendémoslos a todos", pidió el Santo Padre, "a la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, signo de segura esperanza y de consuelo en el camino del Pueblo fiel de Dios".