El Papa Francisco se trasladó este domingo 1 de diciembre a la localidad italiana de Greccio para rezar en el Santuario Franciscano construido alrededor de la gruta donde, en el 25 de diciembre de 1223, San Francisco de Asís estableció el primer pesebre de la historia.
El Pontífice rezó en silencio durante unos minutos en la gruta del pesebre y, a continuación, firmó la Carta Apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del pesebre.
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Cuando finalizó su oración, se reunió con un grupo de franciscanos y franciscanas y les dirigió algunas palabras y les recordó que "el mensaje más grande de San Francisco es el testimonio. Está la frase: 'Predicad el Evangelio, si fuese necesario, también con la palabra'. No se trata de hacer proselitismo, de convencer…, es el Espíritu el que convence".
Luego, subió a la iglesia del Santuario donde presidió la Liturgia de la Palabra. En su breve meditación, el Santo Padre destacó "los muchos pensamientos que se acumulan en la mente en este lugar santo".
"Y, sin embargo, ante la roca de este monte tan querido para San Francisco, aquello a lo que estamos llamados es a redescubrir la sencillez", señaló.
Explicó que "el pesebre, que por primera vez San Francisco realizó precisamente en este pequeño espacio, a imitación de la angosta gruta de Belén, habla por sí solo. Aquí no hay necesidad de multiplicar las palabras, porque la escena que se expone ante nuestros ojos expresa la sabiduría de la que tenemos necesidad para adquirir lo esencial".
"Delante del pesebre descubrimos cómo de importante es para nuestra vida, con frecuencia tan frenética, encontrar momentos de silencio y de oración. El silencio, para contemplar la belleza del rostro de Jesús niño, el Hijo de Dios, nacido en la pobreza de un estable".
"La oración, para expresar el 'gracias' admirado ante este inmenso regalo de amor que se nos ha hecho".
Para el Papa, el signo del pesebre, "simple y admirable, que la piedad popular ha acogido y transmitido de generación en generación, manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos, nos acompaña con su presencia escondida, pero no invisible".
Al igual que hicieron los pastores de Belén, "acogemos la invitación de ir a la gruta para ver y reconocer el signo que nos ha dado Dios. Entonces nuestro corazón estará lleno de alegría, y podremos llevarla allí donde hay tristeza".