El Obispo de Córdoba (España), Mons. Demetrio Fernández, habló en su carta semanal sobre la parábola evangélica de este domingo, en la que reflexionó sobre "sentirnos reflejados" en la actitud del fariseo que subió al templo.
"Cuántas veces delante de Dios le pasamos factura por el bien que hemos hecho. Pensamos que Dios nos tendría que tratar de otra manera, tendría que pagarnos los servicios prestados, porque le hemos servido, hemos cumplidos sus mandamientos, nos hemos portado bien con Él", dijo.
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Según explicó el Prelado, "pensamos tantas veces que el otro no se merece tanto bien como le acontece en la vida. Miramos de reojo al que ha tenido un traspié, nos consideramos más que él. Delante de Dios nos sentimos buenos y nos llenamos de orgullo. Esa oración no sirve más que para aumentar nuestro ego, y de ella salimos peor de lo que hemos entrado".
Sin embargo, puso como ejemplo la oración del publicano que fue a Dios "con el alma humillada", "consciente de su pecado, se da cuenta de que no tiene remedio por sí mismo. Que se ha propuesto tantas veces ser bueno y otras tantas le ha traicionado su debilidad".
Pero es ante Dios, continuó, donde "le brota espontánea la humildad de reconocer lo que es, un pecador. No se compara con nadie, porque a los demás los juzga mejores que él. No por ello se siente deprimido, porque confía en el Señor y por eso acude a él, diciendo: ¡Señor ten piedad!" y asegura que también podemos sentirnos identificados con este tipo de oración.
En ese sentido, precisó también que Jesús dijo esta parábola por "algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás".
"Es una seria advertencia para nosotros, sus oyentes, sus discípulos. La religión cristiana no pretende pisotear nuestras cualidades, nuestra dignidad, lo que somos de verdad. Jesús nos enseña a vivir en la verdad de nosotros mismos, sin fantasías que nos engañan. La humildad es vivir en la verdad, y la verdad es que no somos nada, recuerda santa Teresa de Jesús", señaló.
El Obispo de Córdoba subrayó que "en este poco o nada que somos, Dios ha fijado sus ojos para elevarnos haciéndonos hijos suyos".
"La gran dignidad humana se fundamenta en lo que Dios ha hecho por nosotros. Siendo injustos y pecadores, Dios ha tenido compasión de nosotros y nos ha hecho hijos suyos. No saber esto, lleva al ser humano a buscar apoyos ficticios, a apoyarse en sí mismo o apoyarse en los demás. La autoafirmación de sí mismo conduce al orgullo, y es una señal manifiesta de debilidad; o incluso lleva a apoyarse en el aplauso de los demás, que pasa como un ruido vacío", añadió.
Por eso, destacó que "la sustancia de la dignidad humana está en la fuerza de Dios, que nos ha enviado a su Hijo para hacernos hijos suyos y nos ha dado de su Espíritu Santo para envolvernos en su amor".
"Cuando reconocemos nuestra debilidad porque la palpamos tal cual es, percibimos más que nunca la fuerza de Dios que nos sostiene en su amor. Así, cuando nos sentimos pobres y pequeños, nos gozamos en la fuerza y el amor de Dios, que se complace en su criatura", explicó el Obispo.
Por eso, precisó Mons. Fernández, es que en la visión cristiana tiene tanta importancia "el pobre y el desvalido, porque nos recuerdan a todos nuestra condición y nos actualizan más todavía ese amor que está al fondo de nuestra existencia, el amor de Dios".
Y subrayó que "la vida cristiana, la vida de Cristo en nosotros es un camino de humildad, que se alimenta de humillaciones", por lo que animó a no apoyarse "en lo que ya tenemos, y menos aún en el juicio ajeno, que tantas veces se equivoca".
"La vida del cristiano se apoya en Dios, esa es su roca firme. Y cuando se dirige a Dios, lo hace con plena confianza: Señor, ten compasión de este pecador. La oración hecha con humildad, nos va regenerando por dentro", afirmó.
Puede leer la carta íntegra AQUÍ.