El Papa Francisco afirmó que el desafío de los católicos hoy en día es hacer arder los corazones con el amor de Dios, en medio de las dificultades y ante las distintas percepciones que las personas puedan tener de la Iglesia actualmente.
Así lo indicó el Santo Padre en la audiencia con los participantes del encuentro internacional para los centros académicos, movimientos y asociaciones de nueva evangelización promovido por el Pontificio Consejo de la Nueva Evangelización, que reflexiona sobre el tema "¿Encontrar a Dios es posible? Caminos de Nueva Evangelización".
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Tras señalar que "hacer arder el corazón es nuestro desafío", el Papa Francisco dijo que "nosotros hemos experimentado todo esto en una palabra que es una persona: Jesús. Nosotros, frágiles y pecadores, hemos sido inundados por el río de la plena bondad de Dios y tenemos esta misión: encontrarnos con nuestros contemporáneos para hacerles conocer su amor. No tanto enseñando, nunca juzgando, sino haciéndonos compañeros de camino".
Esta tarea, explicó se da cuando "a menudo sucede que la Iglesia es un recuerdo frío para el hombre de hoy, o una ardiente decepción, como lo fue la historia de Jesús para los discípulos de Emaús. Muchos, especialmente en Occidente, tienen la impresión de que la Iglesia no los entiende y está lejos de sus necesidades".
Otros en cambio, "que quisieran secundar la lógica poco evangélica de la relevancia, juzgan a la Iglesia como demasiado débil ante el mundo, mientras otros la ven todavía muy poderosa en relación a las grandes pobrezas. Digo que es justo preocuparse pero, sobre todo, ocuparse, cuando se percibe una Iglesia mundanizada, que sigue los criterios de éxito del mundo y se olvida que no existe para anunciarse a sí misma sino a Jesús".
"Una Iglesia preocupada por defender su buen nombre, que se cansa por renunciar a lo que no es esencial, no prueba el ardor de calar el Evangelio en el hoy y termina por ser más bien un repertorio de museo en vez de la casa sencilla y festiva del Padre. ¡Es la tentación de los museos! Y también concibe la tradición viviente de la Iglesia como un museo, de custodiar las cosas para que todas estén en su lugar".
El Papa Francisco resaltó asimismo que "son muchos los hijos que el Padre desea hacer 'sentir en casa'; son nuestros hermanos y hermanas que, beneficiándose de muchos logros técnicos, viven absorbidos por el torbellino de un gran frenesí".
"Cuántas personas a nuestro lado viven apuradas, esclavas de lo que debería ayudarles a sentirse mejor y olvidan el sabor de la vida: la belleza de una familia grande y generosa, que llena el día y la noche, pero que ensancha el corazón, la luminosidad que está en los ojos de los niños, algo que ningún teléfono inteligente puede dar, la alegría de las cosas sencillas, la serenidad que da la oración".
"Lo que con frecuencia nos piden nuestros hermanos y hermanas, tal vez sin lograr hacer el pedido, corresponde a las necesidades más profundas: amar y ser amados, ser aceptados por aquello que son, encontrar la paz del corazón y una alegría más duradera que las diversiones", continuó.
"¡Qué importante es sentirse interpelado por las preguntas de los hombres y mujeres de hoy! Sin pretender tener respuestas inmediatas y sin dar respuestas fabricadas, sino compartiendo palabras de vida, no para hacer prosélitos, sino para dejar espacio a la fuerza creadora del Espíritu Santo que libera el corazón de la esclavitud que lo oprime y renueva", dijo el Papa Francisco.
"Transmitir a Dios, pues, no es hablar de Dios, no es justificar su existencia: ¡hasta el diablo sabe que Dios existe! Anunciar al Señor es testimoniar la alegría de conocerlo, es ayudar a vivir la belleza de su encuentro".
El Santo Padre dijo además que "Dios no es la respuesta a una curiosidad intelectual o a un compromiso de voluntad, sino una experiencia de amor, llamada a convertirse en historia de amor porque –vale también para nosotros– una vez encontrado el Dios vivo, es necesario buscarlo. El misterio de Dios nunca se agota, es inmenso como su amor".
Tras alentar a escuchar siempre el primer anuncio, el Pontífice alentó a todos a "acercarse a los necesitados, construir puentes, servir a los que sufren, cuidar a los pobres, 'ungir la paciencia' a los que nos rodean, consolar a los que están desanimados, bendecir a los que nos hieren, para convertirnos en signos vivos del Amor que proclamamos".