El Cardenal Angelo Bagnasco, Arzobispo de Génova (Italia), reflexionó sobre el hecho que a veces los cristianos son considerados como "peligrosos" en la sociedad.

El también expresidente de la Conferencia Episcopal Italiana hizo esta reflexión durante la homilía de la Misa que presidió en la Catedral de Génova el sábado 10 de agosto por el día de San Lorenzo, patrono de la ciudad.

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En los tiempos del diácono mártir San Lorenzo, quemado en una parrilla sobre una hoguera por orden de un alcalde pagano en la Roma del siglo III, "la opinión común consideraba a los seguidores de Cristo como extraños y peligrosos para la unidad política del imperio".

Esto sucedía porque "en su modo de pensar y vivir había algo que era lejano al pensamiento común y por eso parecían ser divisivos y no confiables, peligrosos".

Al respecto el Cardenal indicó que "son evidentes las similitudes con nuestro tiempo" ya que "a veces los cristianos son considerados peligrosos porque no están suficientemente alineados con el pensamiento difundido y parece que son semilla de discordia social, además de incompatibles con la democracia porque a veces expresan –como todos los hacen– sus propias ideas que no siempre están de acuerdo con otras. ¿Y entonces?".

El Cardenal dijo que ante esta realidad es importante recordar las palabras de Cristo: "Quien ama su propia vida la perderá y el que la odie en este mundo la conservará para la vida eterna".

Estas palabras "nos abren el horizonte y nos dan la respuesta justa: también nosotros, como el diácono Lorenzo, estamos llamados a participar en la vida pública y a responder a los asuntos de nuestros tiempos".

"A veces encontramos incomprensión, poca disponibilidad, arrogancia, pero ante ello tenemos la responsabilidad de estar en el mundo y servirlo con amor. Sin entrar en cada asunto que nos interpela y que desafía a la sociedad, la pregunta de fondo es esta: si como San Lorenzo somos nosotros verdaderamente libres".

Con San Lorenzo, los romanos del siglo III "se encontraron ante una libertad interior que no se veía en otros: desconocida porque no estaba armada y no era arrogante sino calmada y firme. ¿De dónde provenía esta libertad humilde y soberana? ¿De dónde puede surgir para nosotros? De la fe en la eternidad".

"Si esta es la meta bella del camino terrenal, entonces cualquier cosa incluso la misma vida, adquiere el valor que tiene, nada más ni nada menos. Todas los alegrías y dolores, esperanzas y desilusiones, se revelan ante la eternidad como demasiado poco para el pequeño corazón humano que está hecho para el infinito".

El Arzobispo precisó que "todo tiene valor pero debe ser reconocido en su verdad: por esto la fe habla de los bienes terrenales siempre en relación con los bienes eternos. Y por eso debemos restituir a Dios su primado: Él no tiene necesidad de eso pero nosotros sí para poder vivir en la verdad".

"Por todo esto Lorenzo es un hombre libre y por esto el mundo está fastidiado: porque intuye que la fe es fuente de libertad, pero es solo viviendo en esta libertad que los discípulos de Jesús aman y sirven al mundo de ayer y de hoy", concluyó el Cardenal.

El martirio de San Lorenzo

El alcalde de Roma, pagano y apegado al dinero, llamó a San Lorenzo y le mandó llevar los tesoros de la Iglesia para costear una guerra que el emperador iba a empezar.
 
El diácono, que colaboraba entonces personalmente con el Papa, juntó a los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba. Mandó llamar al alcalde y le dijo que ellos eran el tesoro de la Iglesia.
 
El alcalde, lleno de rabia, lo mandó matar lentamente. Prendieron una parrilla de hierro y ahí colocaron a San Lorenzo. Los fieles vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor muy hermoso y sintieron un aroma agradable,  algo que los paganos no pudieron percibir.
 
Tras un rato de estarse quemando por un lado en la parrilla, el valiente mártir le dijo al juez que le dieran la vuelta para quemarse por completo.