Entre los mayores regalos que la Iglesia tiene para ofrecer al mundo secular se encuentra el repensar radicalmente la economía, enseñando que la felicidad no depende de la riqueza, dijo recientemente una economista de la Universidad de Villanova (Estados Unidos).
"No podemos pensar bien sobre la vida económica, o los desafíos a la justicia económica y el medio ambiente que enfrentamos, si no pensamos primero en la forma de la felicidad humana y el papel adecuado de la riqueza", dijo Mary Hirschfeld.
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La especialista señaló que la enseñanza de la Iglesia es una invitación a repensar radicalmente cómo vemos la economía y el propósito de la riqueza, pero que la enseñanza a menudo es mal entendida por la sociedad.
"La visión de la Iglesia de la relación entre la riqueza y la felicidad, y lo que eso significa para la creación y la economía no es fácil de entender para aquellos que se formaron con la comprensión secular del mundo", dijo Hirschfeld.
La profesora de economía y teología recibió el 4° Premio Internacional "Economía y Sociedad" en la categoría de "Publicaciones de Doctrina Social" en una ceremonia el 29 de mayo de 2019. El premio es otorgado por la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice. Fue presentado por el Arzobispo de Munich y Freising, Cardenal Reinhard Marx.
El premio se otorgó en reconocimiento al reciente libro de Hirschfeld, "Aquino y el mercado. Hacia una economía humana" (Harvard University Press, 2018).
En su discurso en la ceremonia de premiación, Hirschfeld dijo que, aunque tenía un PhD en economía, toda su visión del desarrollo social y económico se transformó después de que ella se convirtiera a la fe católica de adulta.
Después de años de éxito en los estándares mundanos, encontró algo que faltaba en su vida. No fue hasta que encontró la Iglesia Católica que descubrió el "banquete" que satisfaría a su alma hambrienta.
Al encontrar y abrazar la fe católica, Hirschfel descubrió que la verdadera felicidad se encuentra en un bien infinito que no se puede encontrar en una acumulación de bienes finitos.
"Ninguna cantidad de dinero o prestigio iba a aliviar ese hambre. En cambio, encontré que EL verdadero hambre era de Dios", sostuvo.
La Iglesia también le dio una nueva óptica para ver las cosas finitas del mundo que la rodeaba: la bondad de las personas en su vida, el don de la comunidad y la importancia de la virtud.
Cuando Hirschfeld regresó a la escuela para estudiar teología, se encontró luchando por reconciliar sus antecedentes en economía con su recién descubierta fe católica. Al leer las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino sobre la propiedad privada, encontró lo que al principio parecía una contradicción.
Por un lado, Aquino parecía decir que "la propiedad privada es adecuada porque canaliza nuestra propensión a trabajar para nosotros mismos de maneras socialmente útiles", dijo Hirschfeld. Esto se alineaba perfectamente con lo que ella creía como economista.
"Pero entonces (Aquino) dijo que también debemos mantener la propiedad privada como si fuera algo en común, que está listo para compartir con otros los frutos de nuestra labor. Eso me decía, como economista, que era pura contradicción. Por un lado, la propiedad privada es buena porque nos da un incentivo para trabajar duro, pero por otro se supone que debemos dar la vuelta y regalarlo todo. ¿Qué tipo de incentivo es ese?", sostuvo.
En última instancia, Hirschfeld se dio cuenta de que los dos entendimientos diferentes de incentivos y propiedad privada se deben a entendimientos radicalmente diferentes de la felicidad humana.
Los economistas, dijo ella, ven la felicidad como la adquisición de riqueza y bienes, mientras que Aquino ve la felicidad como "algo que se encuentra en los bienes superiores de Dios, la familia, la comunidad y la virtud".
"La diferencia crucial radica en cómo entendemos el papel de la riqueza material en una buena vida humana", enfatizó.
"Para Aquino, el 'incentivo' es que queremos proporcionarnos lo que es razonablemente necesario. Pero una vez que nuestras necesidades están protegidas, naturalmente desearíamos buscar ayudar a otros. Todo lo que sea necesario para nosotros es, para Aquino, superfluo", añadió.
Para los economistas, sin embargo, "el incentivo para trabajar duro es el deseo de acumular más riqueza y posesiones. Por mucho que tengamos, creemos que un poco más sería útil y por eso trabajamos duro", dijo Hirschfeld.
"Pero esa misma lógica significa que no experimentaríamos nuestra riqueza como abundancia, por lo que nos resultaría difícil darla a los demás", acotó.
Es importante reconocer esta distinción, dijo la economista, porque cuando se discute la economía con personas que tienen supuestos fundamentalmente diferentes sobre la riqueza y la felicidad humana, es probable que surjan malentendidos.
Hirschfeld sugirió que gran parte del "pensamiento social "de la Iglesia no ha tenido el impacto en el mundo que podría tener, en gran parte "porque la gente no lo entiende completamente".
Su nuevo libro apunta a ayudar a cerrar la brecha entre la Iglesia y el mundo secular, estableciendo una comprensión católica de la riqueza y la felicidad con el fin de fomentar un diálogo que tenga implicaciones significativas en el pensamiento sobre la economía.
"Quizás este es el don del converso. Para ver lo que católicos de nacimiento dan por sentado y construir un puente para llevar los dones de la Iglesia a un mundo que los necesita desesperadamente", concluyó.
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en CNA.