El Arzobispo de Luxemburgo y Presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea, Mons. Jean-Claude Hollerich, defendió una Unión Europea que promueva y proteja los derechos humanos en todo el mundo.
Explicó que "muchas veces, se habla sólo de resultados económicos. Pero yo creo que una Europa verdaderamente unida es necesaria, por ejemplo, para la promoción y la protección de los derechos humanos en todo el mundo".
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En declaraciones realizadas a Avvenire con motivo de las próximas elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán del 23 al 26 de mayo, Mons. Hollerich hizo un llamado a los ciudadanos europeos a que sean responsables al acudir a votar
"Votar significa asumir la responsabilidad de confirmar cuál es el papel de Europa, tanto para los países miembros de la Unión Europea como en el plano global. Votar significa llevar en el corazón el bien común. Por eso, nuestro llamado a los ciudadanos es: acude a votar".
En la entrevista, el Arzobispo de Luxemburgo advirtió de aquellos grupos y partidos políticos que buscan dividir a los ciudadanos europeos y enfrentarlos con estrategias de miedo para alcanzar objetivos políticos: "Hay quien quiere una Europa dividida, fragmentada, en litigio. En cambio, es necesaria una Europa fuerte en la escena internacional".
Insistió en que "Europa debe volver a ser verdaderamente capaz de promover la paz y la justicia social y económica. Debemos comprender que los resultados electorales tendrán efectos sobre decisiones que afectan a toda la humanidad, no sólo a nuestro continente".
Advirtió que los populismos que se están desarrollando en algunos lugares del mundo, y a los que Europa no resulta ajeno, "evocan una falsa realidad pseudoreligiosa y pseudomística. Una realidad que quiere negar la esencia de la teología occidental: el amor de Dios y el amor del prójimo".
"Sin libertad", continuó, "no puede existir el amor y la libertad, y es la condición indispensable de toda interacción humana, y lo es también en la actitud y de la responsabilidad política. Es necesario rebatirlo: sin libertad, nuestra fe no existe".
Por el contrario, "los populismos no crean comunidades libres, sino grupos que repiten los mismos eslóganes, que generan nuevas uniformidades, que luego son la antecámara de los totalitarismos".
"Mientras miramos a nuestros problemas cotidianos, que es cierto que no debemos esconder, olvidamos que el bien supremo de la paz es un patrimonio frágil. Una Europa débil y dividida en su interior podría reavivar en poco tiempo tensiones y conflictos. Y nosotros tenemos la responsabilidad histórica de evitar este grave peligro".
Asimismo, puso como ejemplo la reacción errática de la Unión Europea en la crisis que está padeciendo Libia. "El caso de Libia es la demostración de como la Unión Europea no tiene una voz única y procede de diferentes modos".
Es decir, que "sin una visión compartida es imposible imaginar y construir perspectivas de paz. De ello se deduce que, al no tener una posición común, la Unión Europea no pude hacer nada. También es una demostración de cómo las viejas élites son incapaces de resolver problemas complejos. Los electores tienen el deber de pedir que sean escuchados sin dejarse hechizar por quien quiere destruir en vez de construir".
Por ello, pidió a los cristianos que sean coherentes con su fe, porque "un cristianismo autorreferencial se arriesga a hacerle el juego a quien quiere negar y manipular la interpretación de la realidad, generando dinámicas que terminarán por devorar al mismo cristianismo".
"El drama de los refugiados y de los migrantes en el Mediterráneo es una vergüenza para Europa. Pero hoy el sentido de bienestar parece que ha desaparecido y parece que ha dejado lugar a múltiples miedos, que alguno cabalga refiriéndose a una identidad europea cristiana, pero con aspiraciones políticas que se revelan en neta contraposición con una perspectiva fundada en el Evangelio".
Criticó que "los populistas recogen y amplifican este malestar, pero están privados de una visión, no dicen qué proyecto político persiguen, qué futuro quieren construir. Venden ilusiones y juegan con los miedos. Hoy, en Europa, las migraciones parecen disturbar el orden interno de los países. Pero los inmigrantes, que en los tiempos del milagro económico eran bien aceptados porque su presencia y su trabajo garantizaban el bienestar, ahora se han convertido en extranjeros".
"Y si además son culturalmente diferentes, también en lo religioso, entonces se les presenta como una amenaza. Es así que, desorientados y asustados, dejamos explotar las emociones negativas: el otro no es considerado como una oportunidad de encuentro, sino como una amenaza a nuestra identidad".
Por último, reconoció que "es cierto que en muchas ciudades europeas hay barrios donde la población autóctona ya no se siente en casa. Pero este problema, ¿es culpa de los migrantes, o no es, más bien, causado por la ausencia de verdaderos proyectos de integración?".