María Martínez es una joven enfermera que se convirtió tras trabajar varios años en una clínica abortista de Bilbao (España) y gracias la ayuda de las Misioneras de la Caridad, fundación de la Madre Teresa, en Katmandú (Nepal).
María dio su testimonio recientemente en la Diócesis de San Sebastián (España), acompañada por el Obispo de la Diócesis, Mons. José Ignacio Munilla y varias Misioneras de la Caridad.
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La mujer explicó que hasta su conversión a la fe católica se llamaba Amaya y pensaba en apostatar de la Iglesia Católica, ya que estaba en contra de "cualquier cosa que viniera de la Iglesia".
Trabajaba en una de las clínicas abortivas de mayor reputación de Bilbao, donde acompañaba a las mujeres que se iban a someter a esta práctica.
"Esta mano la he llevado morada a casa en muchas ocasiones porque las mujeres aprietan muy fuerte [durante el aborto], pero no sabían que se agarran al mal, mi corazón estaba endurecido por no sentir y mi conciencia bajo una capa de mentira que me hacía pensar que estaba haciendo lo correcto, porque yo era pro aborto, y creía que estaba haciendo un bien a esa mujer que tenía derecho a vivir una vida si problemas", aseguró.
También explicó que en ocasiones las mujeres, tras la intervención del aborto, quedaban en estado de shock, por lo que incluso pensaban que todavía no se les había realizado "y me pedían que no las pasara a quirófano, me decían que se habían arrepentido y querían volver a casa. Imaginaros traerlas a la realidad, que el aborto ya había sido realizado".
Los restos del bebé al que habían abortado caían a un cubo y era María, como enfermera, la encargada de deshacerse de ellos en un triturador.
Según explicó, en el primer aborto que asistió encontró un piececito de un bebé. Ella siempre había pensado que "tan solo eran coágulos de sangre", pero quedó tan impactada al verlo que una compañera le preguntó qué le pasaba.
"Le pregunté si había visto bien, que si eso era un pie, y ella me contestó: 'Si quieres seguir en este trabajo, es un coágulo'".
Al ser una de las mejores enfermeras, la clínica le ofreció su apoyo para que estudiara Fisioterapia en Barcelona (España). Posteriormente abrió una consulta en Bilbao con la que tuvo muchísimo éxito.
"Iban deportistas de élite, futbolistas, entrenadores, familias enteras, y empiezo a cambiar mi círculo de amistades con gente de mucho dinero, abogados, fiscales. Vivo de fiesta en fiesta", recordó.
María tenía "todo lo que había soñado tener", pero también tenía un "grandísimo vacío que intentaba llenar" . Y un día, después de 28 años con su marido, éste la dejó y ella intentó suicidarse.
Poco después recibió una llamada de un amigo suyo que es guía en Nepal, y buscaba personal sanitario preparado para la alta montaña para ayudar a los afectados por el terremoto que hubo en la zona en 2017.
"Llego a Nepal como budista, porque a Cristo no lo quería ni ver", dijo, y señaló que "en Nepal buscaba dar un traspié [para acabar con su vida]".
En un cruce, María y el guía se encontraron con dos Misioneras de la Caridad, y una de ellas le cogió el brazo para decirle en inglés que debía ir a un lugar. Ella no hizo caso, pero no pudo dormir durante toda la noche porque no podía quitarse de la cabeza a la religiosa.
Acompañada por su amigo guía, consiguieron llegar a la casa que la religiosa le había indicado. Ella la citó para el día siguiente a las 6 de la mañana, para que la acompañara a la Misa.
Al día siguiente, a los pocos minutos de comenzar la Misa, María sintió una voz que le dijo: "Bienvenida a casa".
"Cuando escuche esto en mi idioma, en mi interior, pensé que la altitud me había afectado y que cuando terminara iría a un centro sanitario. Pero volvía escuchar "bienvenida a casa, cuánto has tardado en amarme". Y ya supe dónde tenía que mirar, que era la cruz de Cristo, que me estaba hablando el Resucitado (…). De rodillas en el suelo, puse mi frente a la alfombra y solo lloraba por la tristeza de haberme alejado del amor de mi Padre, pero por otro lado de una inmensa alegría porque estaba experimentando la misericordia de Dios", explicó.
Según afirmó, vio muchos momentos de su vida, en los que había tomado decisiones por las que había echado al Señor de su vida, pero "pero en mi corazón solamente había paz, de un modo que nunca había sentido antes y me sentí perdonada, amada, bendecida, resucitada".
"No importa lo que hubiera sucedido hasta ahora, porque los pecados cogen una magnitud desoladora. Porque me dijo que esa es la misericordia, solo importa lo que sucederá de ahora en adelante juntos. Cogí esa mano, abrí los ojos y yo era otra. Habían pasado 3 horas, y para mí fueron décimas de segundo. Las 9 hermanas habían estado a mi lado orando porque estaban siendo conscientes de lo que estaba sucediendo. Cuando levanté la frente del suelo, yo era otra. Y ellas me dijeron que a partir de ese momento me llamaba María, porque María es la mujer de la espera en el amor, la espera en la fe y la espera en la esperanza", relató.
Las religiosas le explicaron que llevaban un año rezando para que apareciera un voluntario fisioterapeuta.
María se quedó cuatro meses con las Misioneras de la Caridad, "Madre Teresa jugaba a dos bandas. A ellas les concedía un 'fisio' (fisioterapeuta) y a cambio ellas me ayudaban a sanar mi corazón".
En el momento de la expiración del visado, María volvió a España y las religiosas le escribieron una carta para decirle que no permitiera que nadie le robara lo que había vivido. "Te dirán que es un duelo mal llevado, enajenación por la altitud, que en realidad no fue así, como nosotras lo vivimos a tu lado", le dijeron las hermanas.
Una vez en España, encontró apoyo espiritual en las Clarisas de Medina de Pomar y en el P. Javier, que le ayudaron a "emprender un camino de oración" por su esposo y por su familia. "Camino orando por mis enemigos, porque no hay mayor amor que orar por mis enemigos", aseguró.
María explicó que decidió dar su testimonio "para mostrar su Divina Misericordia, su bondad, su amor infinito. Y ojalá que todos podáis experimentar ese amor, porque transforma la vida y tu alrededor".