En su catequesis pronunciada durante la Audiencia General de este miércoles 17 de abril en la Plaza de San Pedro, el Papa reflexionó con las palabras con las que Jesús rezó al Padre durante la Pasión. La primera invocación tuvo lugar después de la Última Cena, cuando el Señor dijo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo (…). Glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera".
"Jesús pide gloria, una petición que parece paradójica mientras la Pasión está a la puerta. ¿De qué gloria se trata?", planteó el Santo Padre. A continuación, detalló algunos momentos en la Biblia donde se describe cómo Dios expresa su gloria. Por ejemplo, al pueblo de Israel al liberarlo de Egipto, o en el templo de Jerusalén al hacerse visible en las visiones de los profetas.
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"La gloria, en definitiva, indica el revelarse de Dios, es el signo distintivo de su presencia salvadora entre los hombres. Ahora, es Jesús aquel que manifiesta de modo definitivo la presencia y la salvación de Dios", aseguró.
Esa expresión la realiza durante la Pascua, explicó el Papa, "alzado sobre la cruz es glorificado. Allí, Dios finalmente revela su gloria: corta el último veo y nos asombra como nunca antes. Descubrimos, de hecho, que la gloria de Dios es todo amor, amor puro, loco e impensable, más allá de todo límite y medida".
Por ello, el Papa invitó a hacer "nuestra la oración de Jesús: pidamos al Padre que arranque los velos sobre nuestros ojos para que, en estos días, mirando al Crucifijo, podamos asumir que Dios es amor".
"Cuántas veces lo imaginamos padrón y no Padre, cuántas veces lo pensamos como un juez severo más que como un Salvador misericordioso. Pero Dios, en la Pascua, reduce las distancias mostrándose en la humildad de un amor que pide nuestro amor".
De hecho, "nosotros le damos gloria cuando vivimos todo lo que hacemos con amor, cuando hacemos cada cosa de corazón, para Él".
"La verdadera gloria es la gloria del amor, porque es la única que da la vida al mundo. Es cierto que esta gloria es lo contrario a la gloria mundana, que llega cuando se es admirado, loado, aclamado: cuando yo soy el centro de atención".
En cambio, "la gloria de Dios es paradójica: sin aplausos, sin audiencia. Al centro no está el yo, sino el otro: en Pascua vemos, de hecho, que el Padre glorifica al Hijo mientras el Hijo glorifica al Padre. Ninguno se glorifica a sí mismo. Y al culminar la Pasión, Jesús dice: 'Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu'. El Espíritu que el Padre había entregado a Jesús, Jesús lo devuelve al Padre. Lo mío se convierte en tuyo".
Tras la Última Cena, "Jesús entra al jardín de Getsemaní y también aquí reza al Padre. Mientras los discípulos no consiguen permanecer despiertos y Jesús está llegando con los soldados, Jesús comienza a sentir miedo y angustia".
En medio de esa desolación "dirige al Padre la palabra más tierna y dulce: 'Abbà', papá. En la prueba, Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la fuerza de avanzar en el dolor. En el cansancio, la oración es alivio, confianza, conforto".
"Ante el abandono de todos, en la desolación interior, Jesús no está solo, está con el Padre. Nosotros, por el contrario, en nuestros Getsemaní, con frecuencia elegimos permanecer solos antes que decir 'Padre' y confiarnos, como Jesús, a su voluntad, que es nuestro verdadero bien".
En este sentido, aseguró que "el problema más grande no es el dolor, sino cómo se afronta. La soledad no ofrece vía de salida, la oración sí, porque es relación, confianza. Jesús lo confía todo y se confía todo al Padre, trasladándole aquello que siente, apoyándose en Él en la lucha". "Cuando entremos en nuestro Getsemaní, acordémonos de rezar así: 'Padre'".
Por último, "Jesús dirige al Padre una tercera oración por nosotros: 'Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen'. Jesús reza por aquel que ha sido malvado con Él, por sus sucesores. El Evangelio especifica que esta oración se produce en el momento de la crucifixión. Era, probablemente, el momento de dolor más agudo, cuando a Jesús lo clavaron por las muñecas y los pies".
"Aquí, en el vértice del dolor, consigue culminar el amor: llega el perdón, es decir, la entrega a la enésima potencia que destroza el círculo del mal. Jesús rezó por nosotros al Padre, para que del Padre venga el perdón que nos libere el corazón, que nos cure por dentro", concluyó el Papa Francisco.