Las imágenes del interior de Notre Dame tras el devastador incendio del 15 de abril ya dan la vuelta al mundo y lo que más llama la atención es que la cruz, la estatua de la Piedad y el altar no fueron destruidos por el fuego.
Cuando ya el fuego estaba controlado los bomberos ingresaron a la catedral y lo primero que vieron fue la hermosa cruz de oro sobre el altar.
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Este hecho ha recordado en las redes sociales el último pedido de Santa Juana de Arco, mártir y patrona de Francia, antes de ser quemada en una hoguera en 1431.
Según distintos historiadores, la joven santa pidió que durante su ejecución sostuvieran una cruz en alto "para poder verla a través de las llamas".
Aunque de sus restos solo quedaron cenizas, una de las zonas más visitadas en la Catedral de Notre Dame estaba ocupada por una estatua en honor a la santa.
La vida de Santa Juana de Arco
Juana de Arco nació en Domrémy (Francia), en 1412 en el seno de una familia campesina. Su infancia transcurrió durante la sangrienta Guerra de los Cien Años que enfrentó al delfín Carlos, primogénito de Carlos VI de Francia, con Enrique VI de Inglaterra por el trono francés. Buena parte del territorio francés estaba ocupado por tropas inglesas y borgoñonas.
A los 14 años, Juana confesó haber visto a San Miguel, a Santa Catalina y a Santa Margarita, quienes la exhortaban a llevar una vida devota y piadosa y que le decían: "Tú debes salvar a la nación y al rey".
Por temor no contó a nadie nada al principio, pero las voces insistieron en que ella, pobre niña campesina y analfabeta, estaba destinada a salvar la nación. Las primeras veces que sus familias y vecinos no le creyeron, pero después ante la insistencia de las voces y los ruegos de la joven, un tío la llevó donde el comandante del ejército de la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la enviaba para llevar un mensaje al heredero Carlos. Pero el militar no le creyó y la regresó a su casa.
Sin embargo unos meses después Juana volvió a presentarse ante el comandante y este, ante la noticia de una derrota que Juana había profetizado, la envió con una escolta donde el príncipe.
Juana llegó a la localidad de Chinon donde estaba Carlos, pero este, para engañarla, se disfrazó de aldeano y colocó en su sitio a otro. La joven llegó al gran salón y en vez de dirigirse donde estaba el reemplazo del príncipe, guiada por las "voces" fue directamente a donde estaba Carlos disfrazado.
Juana le habló y le contó secretos que el rey no se imaginaba. Esto hizo que Carlos cambiara de opinión acerca de la joven campesina.
El príncipe, no sin haberla hecho examinar por varios teólogos, accedió al fin a confiarle el mando de un ejército de cinco mil hombres, con el que Juana derrotó a los ingleses y el 8 de mayo de 1429 levantó el cerco de Orleans. Luego de varias victorias abrió el camino hacia Reims y logró que el temeroso Carlos aceptara coronarse como Carlos VII de Francia el 17 de julio de 1429.
Pero vinieron luego las envidias y miembros de la corte del rey empezaron a tramar su caída.
Juana había sido enviada a reconquistar París, que estaba en poder del enemigo; sin embargo Carlos VII, por envidias y por componendas con los rivales, le retiró sus tropas y la joven fue herida en batalla y capturada por los borgoñones.
Los franceses la habían abandonado, pero los ingleses, interesados en tenerla en la cárcel, pagaron más de mil monedas de oro a sus captores para que se la entregaran y la sentenciaron a cadena perpetua.
Los ingleses acusaron a Juana de brujería diciendo que las victorias eran producto de hechizos. La santa apeló al Papa pidiendo que fuera el Obispo de Roma quien la juzgara, pero nadie llevo este mensaje al Santo Padre.
Aunque Juana declaró que nunca había empleado brujerías y que era buena católica, fue sentenciada a morir en la hoguera. Murió rezando ante el crucifijo que un religioso le presentó durante la ejecución de la pena. La joven invocaba al Arcángel Miguel y pronunciando por tres veces el nombre de Jesús, entregó su espíritu. Era el 30 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años.
Pasados 23 años de su muerte, su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera el juicio que condenó a la joven. El Papa Calixto III nombró una comisión de juristas que declararon que la sentencia de Juana fue una injusticia. El rey de Francia la declaró inocente y el Papa Benedicto XV la proclamó santa el 16 de mayo de 1920.