El Papa Francisco señaló que existe una "santa humillación" del hombre que es aquella que se produce cuando sus debilidades son desenmascaradas a la luz de los Mandamientos del Decálogo. Esa "santa humillación" permite al hombre ser consciente de que necesita a Dios para poder liberarse.
Francisco realizó esta reflexión en su catequesis pronunciada este miércoles 21 de noviembre durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro.
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En ella, habló sobre el décimo, y último, Mandamiento: "No codiciarás los bienes ajenos".
El Santo Padre explicó que estas palabras no son únicamente las últimas del Decálogo, "son el cumplimiento del viaje a través del Decálogo, tocando el corazón de todo aquello que en ellos se nos ha mandado".
De hecho, "si lo analizamos, no añade nada nuevo al contenido: las indicaciones 'no desearás a la mujer ni nada que pertenezca a tu prójimo'", como figura en la Biblia, "están latentes en los mandamientos sobre el adulterio y el robo".
Entonces, "¿cuál es la función de estas palabras". Para dar respuesta a esta pregunta, Francisco comenzó explicando que hay que tener presente que "todos los mandamientos tienen la función de indicar los límites de la vida, más allá de los cuales el hombre se destruiría a sí mismo y al prójimo, estropeando su relación con Dios".
Por lo tanto, "por medio de este último Mandamiento se subraya el hecho de que todas las transgresiones nacen de una raíz interior común: los malos deseos".
En este sentido, recordó que el mismo Jesús lo dice: "Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".
"Así, comprendemos que todo el recorrido realizado en el Decálogo no habría tenido ninguna utilidad si no llegara hasta este nivel, el corazón del hombre. El Decálogo se muestra ahora lúcido y profundo con este aspecto: el punto de llegada de su viaje es el corazón, y si éste no se libera, el resto sirve de poco".
Sin esa liberación del corazón, explica el Pontífice, los Mandamientos quedan como algo teórico, sin influencia real en la vida de las personas: "Los preceptos de Dios pueden quedar reducidos a la bonita fachada de una vida de esclavos y no de hijos. Con frecuencia, detrás de la máscara farisea de la corrección asfixiante se esconde algo malo no resuelto".
Por el contrario, "debemos dejarnos desenmascarar por estos mandamientos sobre el deseo, porque nos muestran nuestra pobreza para conducirnos a una santa humillación. El hombre tiene necesidad de esta bendita humillación de la cual descubre que no es capaz de liberarse solo, sino que necesita gritar a Dios para ser salvado".
"Es inútil pensar que podemos corregirse a nosotros mismos sin la ayuda del Espíritu Santo. Es inútil pensar en purificar nuestro corazón en un esfuerzo titánico de nuestra sola voluntad. Es necesario abrirse a la relación con Dios, en la verdad y en la libertad: sólo así nuestros esfuerzos pueden dar fruto".,
El último Mandamiento "ayuda a ponernos delante del desorden de nuestro corazón para dejar de vivir de forma egoísta y hacernos pobres en espíritu", concluyó el Papa.