En la canonización en la que el Papa Francisco declaró este domingo siete nuevos santos, Pablo VI fue elevado a los altares junto al joven laico Nunzio Sulprizio y al sacerdote Vincenzo Romano, ambos beatificados por él en 1963.
"¿Puede un joven ser santo? ¿Puede un obrero ser santo? Y más interesante será aún si conseguimos probar que este apreciado joven no solo fue digno de la beatificación en cuanto joven y obrero, sino precisamente porque fue joven y obrero", dijo el Papa San Pablo VI en la Misa de beatificación de Nunzio Sulprizio el 1 de diciembre de 1963.
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"Nunzio Sulprizio os dirá a vosotros, jóvenes, cómo santificó e iluminó vuestros años; él es una gloria vuestra. El os dirá que la juventud no ha de considerarse como la edad del libertinaje, de las caídas inevitables, de crisis invencibles, de pesimismos desalentadores y de egoísmos exacerbados, y sobre todo os dirá que ser joven es una gracia una fortuna. San Felipe repetía: Bienaventurados vosotros, los jóvenes, porque tenéis tiempo de hacer el bien".
Nunzio Sulprizio, resaltó Pablo VI, "os dirá que ninguna edad como la vuestra, es buena para los grandes ideales, para generosos heroísmos, para las exigencias de pensamiento y acción".
"Os demostrará que vosotros, jóvenes, podéis regenerar en vosotros mismos el mundo donde habéis sido llamados a vivir por la Providencia, y que a vosotros os toca, en primer lugar, consagraros a la salvación de una sociedad que tiene precisamente necesidad de espíritus fuertes y decididos. Os indicará las supremas palabras de Cristo, la cruz, el sacrificio, son la salvación nuestra y la del mundo. Los jóvenes comprenden esta suprema vocación".
"¿Cómo de una infancia en que se acumuló el peso de la soledad, de la miseria, de la brutalidad, no brotó, como de ordinario acontece, una psicología enferma y rebelde, una adolescencia insolente y corrompida? ¿Cómo esta vida juvenil, llena de infelicidad e indigente, florece desde los primeros años con una inocente, paciente y sonriente bondad?", cuestionó el Papa hace 55 años.
"La paciencia, la mansedumbre, la caridad solícita y servicial de este adolescente, enfermo incurable y lisiado, se pueden, sí, narrar y describir; la compañía de un coronel de corazón de oro es una figura destacada en su breve historia; pero humanamente hablando, esa bondad resulta inexplicable; nos advierte que estamos ante el mejor secreto de Nunzio, el que buscamos, el de su santidad".
El domingo 14 de noviembre de 1963, el Papa Pablo VI también beatificó al sacerdote Vincenzo Romano, cuya máxima, "hacer bien el bien" indica "el ansia de perfección que dominaba su vida".
"Habría que hablar de su vida anterior, de su religión personal, de su empeño en el estudio, de su austeridad privada, de su desprendimiento del dinero y de la ambición del honor, no siempre ausente en los buenos sacerdotes, del esfuerzo ascético que domina todo el curso de su vida y que penetra su proyección al servicio de los demás; habría que destacar algunos valores místicos que a veces escapan al secreto de un alma siempre dedicada a las cosas de Dios".
El Papa dijo entonces que entre Vincenzo Romano y San Juan María Vianney había algo en común: los dos experimentaron "el miedo a un ministerio tan comprometedor y responsable como es el del párroco".
"Nos gusta sobre todo el poder inscribir un nuevo compañero a los párrocos en el cielo, y a ello dedicamos en esta ocasión un particular u afectuoso recuerdo. ¡Que el nuevo beato les muestre la grandeza de su misión!", aseguró el Papa Montini.
"Quiera Dios que el nuevo beato les demuestre qué y cómo un sacerdote con cura de almas ha de ser santo; que les sostenga en sus fracasos, que compense sus privaciones, que fortifique su espíritu de sacrificio y desinterés, consuele sus penas, que premie sus esfuerzos".
San Pablo VI resaltó finalmente que "lo que necesita hoy la Iglesia son sacerdotes celosos y párrocos santos; ahora festeja a un nuevo en el Paraíso; que pueda también inscribir una nueva multitud de ellos del mundo actual".