Tras visitar al Presidente de la República de Letonia, el Papa Francisco inició su agenda oficial en este país báltico con un discurso pronunciado ante las autoridades civiles, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el que destacó los 100 años que se cumplen de la independencia del país.
Al igual que Lituania, Letonia celebra el centenario de su independencia: "momento significativo para la vida de toda la sociedad. Vosotros conocéis muy bien el precio de esta libertad que habéis tenido que conquistar y reconquistar. Una libertad hecha posible gracias a las raíces que os constituyen".
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"La celebración del centenario –dijo el Santo Padre– recuerda la importancia de seguir apostando por la libertad y la independencia de Letonia, que ciertamente son un don, pero también una tarea que implica a todos. Trabajar por la libertad es comprometerse por un desarrollo integral e integrador de las personas y de la comunidad".
Como hizo en Lituania, el Papa recordó "las duras pruebas sociales, políticas, económicas y también espirituales" que sufrió el pueblo letón a lo largo de su historia.
"Pero hoy", aseguró con esperanza el Pontífice, Letonia "se ha convertido en uno de los principales centros culturales, políticos y portuarios de la región".
El Papa atribuyó a la capacidad del pueblo letón de mirar hacia nuevos horizontes la reconstrucción del país: "Sin esa capacidad de mirar hacia arriba, de apelar a horizontes más altos que nos recuerden esa 'dignidad trascendente' de la que todos los seres humanos estamos formados, la reconstrucción de vuestra nación no hubiera sido posible".
"Esa capacidad espiritual de mirar más allá, y que se hace concreta en pequeños y cotidianos gestos de solidaridad, compasión y auxilio mutuo, los ha sostenido y, a su vez, les ha dado la creatividad necesaria para generar nuevas dinámicas sociales frente a todos los intentos reduccionistas y de exclusión que siempre amenazan el tejido social".
En su discurso, el Santo Padre también pronunció palabras de contenido ecuménico: "Me alegra saber que en el corazón de las raíces que constituyen esta tierra se encuentra la Iglesia Católica, en un trabajo de plena colaboración con las otras Iglesias cristianas, lo cual es signo de cómo es posible desarrollar una comunión en las diferencias".
Finalmente, el Papa recordó que el índice de desarrollo humano se mide "en la capacidad de promover estrategias que sean realmente eficaces y estén más centradas en los rostros concretos de estas familias, ancianos, niños y jóvenes, que en el primado de la economía sobre la vida".
También "en la capacidad de generar fuentes de trabajo para que nadie necesite desarraigarse por construir su futuro" y en "la capacidad de crecer y multiplicarse".
"El desarrollo de las comunidades no se produce únicamente, y menos se mide, por la capacidad de bienes o recursos que se posean, sino por las ganas que se tenga de engendrar vida y crear futuro. Esto solo es posible en la medida que haya arraigo en el pasado, creatividad en el presente y confianza y esperanza en el mañana. Y se mide en la capacidad de entrega y de apuesta tal como las generaciones pasadas nos supieron testimoniar", concluyó.