El P. Federico Juan Highton, sacerdote argentino de 37 años desarrolla su labor evangelizadora en la meseta tibetana, donde hay miles de aldeas que nunca han escuchado hablar de Jesús pero que al ver un crucifijo o escuchar el Evangelio por primera vez, quieren saber más "de ese Dios".
Uno de los momentos que "llenan el corazón del misionero y justifica haberlo dejado todo" son las conversiones, según explica el P. Federico Juan Highton y recuerda una de las incursiones en Bután, donde entró como turista "vestido con el traje típico de la zona, porque es imposible ir vestido de sacerdote, junto con un laico y un traductor".
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"Tocamos a la puerta de una casa y salió una señora, le enseñamos un crucifijo y ella, que nunca antes había oído hablar de Jesús, nos dijo: 'Cuéntenme de ese Dios'. Fue el Espíritu Santo el que la inspiró a decir eso, cuando nunca antes había visto un crucifijo. Quedó fascinada. Le explicamos quién es Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre, que se hizo hombre para morir en la cruz y salvarla de sus pecados", recuerda el sacerdote.
"Supe que no volvería a ese pueblo porque estaba muy alejado. Le pregunté a la señora si aceptaba a Jesús, le hablé del bautismo y ella dijo que quería entrar en la Iglesia Católica. Por prudencia no pude bautizarla, pero esa mujer ya tiene lo que se llama "bautismo de deseo" que es suficiente para salvarse".
Vocación misionera
Desde hace unos dos años el sacerdote se encuentra en la meseta tibetana, pero su vocación misionera comenzó cuando se preparaba para hacer la Primera Comunión aunque, según recuerda, "no conocía ningún misionero": Aún así, sintió la llamada de ir "donde no conocen a Jesucristo".
En los años de universidad, esa llamada seguía latente y, según recuerda, empezó a plantearse qué quería Dios de él y qué hacer con la vida.
"Estudiaba Derecho, tenía novia, era muy feliz. Entonces recordé los deseos de la infancia de ser misionero e ir donde no conocen a Jesús y cuando pensaba en ello me llenaba de gozo", asegura en una entrevista concedida a ACI Prensa.
Tras responder a la llamada del Señor y ordenarse sacerdote, fue enviado a Taiwán para evangelizar. "Estando allí, en la oración sentía la llamada de ir al Himalaya. Ir al sitio más extremo, donde no haya ningún católico", señala.
Entonces pidió permiso a uno de los Obispos de la zona del Himalaya para asentarse allí y comenzar a evangelizar en la meseta tibetana, cerca de la zona china.
"Me decían que era imposible, que no había ningún católico, que era extranjero, que los budistas no lo permitirían", recuerda.
Se asentó en la aldea de Sikkin del norte, que pertenece a la India y que tiene frontera con China, Nepal y Bután. Nada más llegar a aquel lugar, habló con el alcalde y éste le pidió ayuda para mantener una escuela.
"Actualmente tenemos 43 alumnos, y les explicamos el catecismo y también le damos educación", dice.
Para sacar adelante la labor misionera cuenta con la ayuda de algunas religiosas y de laicos, que periódicamente realizan actividades de voluntariado y evangelización en la zona.
Aproximadamente más del 98% de la población es budista tibetana en aquella zona, donde las dificultades externas son muchas y están principalmente relacionadas con los obstáculos que ponen los monjes budistas a que la población conozca el Evangelio.
A pesar de que actualmente hay numerosas restricciones para evangelizar, especialmente impuestas por los budistas, el P. Federico Juan asegura que su método es "la confianza en las inspiraciones del Espíritu Santo".
"Puede que algún día nos echen, pero hasta entonces predicaremos a Jesucristo", asegura.