En un encuentro mantenido con el clero de la Diócesis de Roma, en la Basílica de San Juan de Letrán, con motivo del comienzo de la Cuaresma, el Papa Francisco puso como ejemplo a seguir para los sacerdotes la fe de Simón Pedro, constantemente sometida a prueba por el demonio. Esta clase de pruebas "Dios no las manda directamente, pero tampoco las impide".
Este jueves 2 de marzo, el Santo Padre destacó que "la fe de Simón Pedro tiene un carácter especial: es una fe probada, con la cual tiene la misión de confirmar y consolidar la fe de sus hermanos, nuestra fe".
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Pedro es probado para crecer en la fe y así ayudar a que crezca la fe del pueblo: "El Señor preparó a Simón Pedro de manera paradigmática, para que con su fe probada nos confirmase a todos nosotros que amamos a Cristo sin haberlo visto".
"La fe de Simón Pedro es sometida a prueba en la tensión entre el deseo de ser leal, de defender a Jesús, y el deseo de ser el más grande y la negación, la cobardía y el sentirse el peor de todos. El Señor reza para que Satanás no oscurezca la fe de Simón en ese momento, en el que pasa de verse a sí mismo como el más grande, a despreciarse y permanecer desconcertado y perplejo".
Por ese motivo, "toda la vida de Simón Pedro puede verse como un progreso en la fe gracias al acompañamiento del Señor, que le enseña a discernir en el propio corazón aquello que procede del Padre y lo que procede del demonio".
"Quizás, la tentación más grande del demonio fue esta: insinuar en Simón Pedro la idea de no ser digno de ser amigo de Jesús porque lo había traicionado", indica el Pontífice. "Pero el Señor es fiel. Siempre. Y renueva siempre su fidelidad".
En el Evangelio se observa que las tentaciones a Pedro son constantes, incluso contra Juan, "su mejor amigo". Pedro tiene la tentación de inmiscuirse en la amistad entre Jesús y Juan. "El Señor lo corrige severamente y le dice: '¿A ti que te importa? Tú sígueme'".
Francisco explicó que "la fe de Simón Pedro es menor que la de muchos pequeños del pueblo fiel de Dios. Incluso hay algunos paganos, como el centurión, que tienen una fe más grande que la suya en el momento de implorar por la curación de un enfermo de su familia. La fe de Simón es más lenta que la de María Magdalena y que la de Juan. Juan cree con solo ver el signo del sudario, y reconoce al Señor junto a la ribera del lago con solo escuchar sus palabras".
No obstante, "la fe de Simón Pedro tiene momentos de grandeza, como cuando confiesa que Jesús es el Mesías, pero a estos momentos le siguen casi inmediatamente otros de gran error, de extrema fragilidad y de total desconcierto, como cuando quiere alejar al Señor de la cruz, o cuando se hundía en el lago, o cuando quiere defender al Señor con la espada. Por no hablar del momento vergonzoso de las tres negaciones ante los siervos".
Por lo tanto, "vemos cómo la tentación está siempre presente en la vida de Simón Pedro. Nos muestra en primera persona cómo progresa la fe confesando y dejándose someter a prueba. Y muestra además que también el pecado mismo está implicado en el progreso de la fe. Pedro cometió el peor de los pecados: renegar del Señor. Y a pesar de ello fue Papa".
El Pontífice dijo luego que "es importante para un sacerdote saber situar la misma tentación y el mismo pecado en el ámbito de la oración de Jesús para que no disminuya nuestra fe, para que no nos falte la fe, para que la fe madure y para que sirva para fortalecer la fe de aquellos que nos han sido confiados".
"Me gusta repetir que un sacerdote o un obispo que no se siente pecador, que no se confiesa, que no se interroga a sí mismo, no progresa en la fe. Hace falta estar atentos a que la confesión y el discernimiento de la propia tentación incluya y tenga en cuenta esta intención pastoral que el Señor desea otorgar", destacó.
Aunque Dios permite las tentaciones, no deja a los hombres solos ante ellas. Afirma el Papa Francisco que "el hecho de que el Señor diga expresamente que reza por Simón es extremadamente importante, porque la tentación más insidiosa del demonio es hacernos pensar que Jesús nos ha abandonado, que en cierto modo nos ha dejado solos y que no nos ayuda como debería".
"El Señor mismo lo experimentó y derrotó esta tentación. Primero en el huerto, y luego en la cruz, entregándose en las manos del Padre cuando se sentía abandonado. Es en este punto de la fe cuando tenemos necesidad de estar especialmente fortalecidos y confirmados".
La forma en que Jesús actúa contra los demonios es diferente según cada situación: "si en las pruebas que se originan en nuestra carne el Señor nos alienta y nos fortalece, obrando muchas veces milagros de curación, en las tentaciones que vienen directamente del demonio el Señor obrará de una manera más compleja".
El Santo Padre explicó que "vemos que hay algunos demonios que expulsa directamente y sin demora; a otros los neutraliza haciéndolos callar; a otros los hace hablar, les pregunta su nombre, como a aquel que se llamaba 'Legión'; a otros les responde ampliamente con la Escritura, sosteniendo un largo proceso, como en el caso de las tentaciones en el desierto".
El orgullo, la soberbia, se encuentran en el centro del origen del mal, dijo el Pontífice a los sacerdotes: "el mal tiene su origen en un acto de orgullo espiritual y nace de la soberbia de una criatura perfecta, Lucifer. Después, contagia a Adán y Eva apoyándose en su deseo de ser como dioses, no en su fragilidad".
En el caso de Simón Pedro, precisó el Papa, "el Señor no teme por su fragilidad de hombre pecador ni en su miedo a caminar sobre el agua en medio de una tempestad. Teme, sobre todo, la discusión sobre cuál es el más grande".
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- ACI Prensa (@aciprensa) 10 de febrero de 2017