El próximo 7 de febrero, el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presidirá en Osaka (Japón) la ceremonia de beatificación del mártir Justo Takayama Ukon, conocido como el "Samurái de Cristo", muy apreciado en la Iglesia Católica en ese país.

El pasado 22 de enero de 2016, el Papa Francisco aprobó el decreto que reconoce el martirio de este samurái del siglo XVI, que se sumará a la lista de católicos japoneses que prefirieron morir antes que renunciar a su fe.

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El Obispo de Niigata y Presidente de Cáritas Japón, Mons. Isao Kikuchi, dijo a la agencia vaticana Fides que luego que el Papa firmó el decreto del martirio de Takayama, la Iglesia local pidió que la beatificación se realice en Japón y han estado preparándola durante todo un año.

El anuncio oficial de la fecha fue anunciado por la Conferencia Episcopal de Japón y la Santa Sede.

En 2013, la Conferencia Episcopal presentó al Vaticano la documentación necesaria tras el cierre de la fase diocesana del proceso de beatificación de Takayama.

El caso del próximo beato es particular ya que entre los 42 santos y 393 beatos japoneses (todos mártires), él fue un laico y noble que llega a los altares sin haber sido asesinado, sino porque escogió dejar todo para entregar su vida a Cristo y falleció por un debilitamiento físico causado por los estragos de la persecución.

La historia del samurái Justo Takayama Ukon fue recogida por los obispos japoneses en el año 1965, aunque su fama de santidad se remonta hasta el siglo XVII.

La vida del samurái

Takayama nació en 1552, tres años después que el misionero jesuita San Francisco Javier introdujera el cristianismo en Japón. Uno de los conversos fue su padre, quien lo bautizó cuando tenía 12 años con el nombre de Justo.

Los Takayama eran daimio, miembros de la clase gobernante de los señores feudales y por lo tanto poseían varias propiedades, tenían derecho a formar ejércitos y contratar samuráis.

Esta familia se dedicó a ayudar en las actividades misioneras en Japón y eran protectores de los cristianos y de los misioneros jesuitas.

En 1587, cuando el samurái tenía 35 años, el Canciller de Japón, Toyotomi Hideyoshi, inició una persecución contra los cristianos, expulsando a los misioneros y forzando a los católicos japoneses a abandonar la fe.

Mientras que muchos daimio optaron por renunciar al catolicismo, Takayama y su padre optaron por abandonar sus tierras y sus honores para mantener la fe y vivir pobres a semejanza de Jesucristo. Muchas personas trataron de convencerlo de renegar de su catolicismo. Sin embargo él se negó y eligió vivir como un cristiano hasta la muerte.

Cuando el shogun Tokugawa prohibió definitivamente el cristianismo en 1614, Takayama fue al exilio y lideró un grupo de 300 católicos japoneses que partieron con él a las Filipinas. Llegaron en diciembre de ese año y se establecieron en Manila, la capital del país.

El próximo beato falleció en Manila un año después, debilitado por los estragos de la persecución.

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