San Leobardo de Tours fue un monje nacido en Auvernia (hoy Francia), a mediados del siglo VI, en el seno de una familia noble. Fue discípulo de San Gregorio de Tours, quien lo consideró ejemplo de virtud y ascetismo. Conocido por su humildad, fue dado al ayuno y a la oración constante; aunque también destacó por su hábito de estudio, especialmente por su dedicación a las Sagradas Escrituras.
Se cree que Leobardo nació alrededor del año 559. Después de la muerte de sus padres, quienes quisieron comprometerlo en matrimonio sin lograrlo, Leobardo se dirigió a la tumba de San Martín de Tours (antiguo obispo de esa ciudad y gran asceta) para orar y pedir su intercesión. Lleno del deseo de servir a Dios, decidió mudarse a Marmoutier para vivir como ermitaño.
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Pidió ser aceptado por los monjes y vino a ocupar una celda que había pertenecido a uno que estuvo allí en condición de recluso y que había sido liberado. Por haber vivido en esa celda a Leobardo se le llama también “San Leobardo, recluso’.
Los salmos y la vida cotidiana
En su sencilla celda, el santo se dedicó a hacer pergaminos, en los que copió muchos pasajes o, incluso, libros enteros de la biblia. En ese solitario lugar, se enamoró de los salmos, los que llegó a memorizar completamente y que, para jamás olvidar, copió por entero. Fueron alrededor de 22 años los que Leobardo vivió de esa manera, no sin dejar de pasar por momentos muy duros también.
Los santos y la vida cotidiana
Gregorio de Tours, obispo, cuenta en su ‘vida de los Padres’ que Leobardo comenzó a tener tensiones con los monjes vecinos, y que en algunos brotó un sentimiento de enemistad contra él. El monje llegó a pensar que lo mejor sería irse a otro lugar. Sin embargo, el obispo le hizo desistir, sugiriendo que todo era un artilugio del demonio para separar a los que servían a Dios. Gregorio, con afecto, le envió dos libros de vidas de santos para que Leobardo se vea reconfortado y animado a ver lo sucedido con los ojos de Dios.
El monje, después de leer aquellos escritos, diría que en estos encontró “todos los medios necesarios para alcanzar la salvación y ayudar a la santificación de los demás”.
La enfermedad y la vida eterna
Dios le concedió a Leobardo muchos dones especiales. Se dice que curaba heridas con su saliva, haciendo la señal de la cruz sobre el lugar infectado. Muchos acudían a visitarlo y le pedían consejo.
Viéndose enfermo, Leobardo mandó llamar a Gregorio, quien acudió a asistirlo y llevarle la comunión. Falleció en el año 593 y fue el obispo de Tours, en persona, quien lo enterró en la tumba que Leobardo había cavado para sí mismo.