Cada 7 de diciembre, la Iglesia universal celebra a San Ambrosio (ca.340-397), obispo de Milán, teólogo, Padre y Doctor de la Iglesia. Ambrosio fue hermano de Marcelina y Sátiro, también santos. Junto a San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno, San Ambrosio de Milán integra el grupo de los cuatro Padres de la Iglesia latina.

El aporte de este santo es inmenso y lo es en varios aspectos, aunque el que más se suele subrayar es el concerniente a la doctrina. La obra de Ambrosio transita por diversos campos de la teología: la moral, la vida ascética, la espiritualidad, la dogmática, la exegética; y en todos ellos destaca por su magnificencia. Entre sus escritos más conocidos se encuentran los célebres comentarios a los Salmos, el Tratado sobre los misterios de Dios, y un conjunto de textos catequéticos sobre los sacramentos denominado Los Sacramentos y los Misterios.

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Con todo, quizás -si es posible expresarlo así- el más grande “aporte” de Ambrosio fue haber intervenido personalmente en el proceso de conversión de San Agustín. La madre de este, Santa Mónica, le había pedido al santo obispo que se acerque a su hijo y lo oriente. Al principio Augustín fue reticente a recibir tal ayuda, pero luego se sintió atraído por la sabiduría y elocuencia de Ambrosio. La solidez espiritual del obispo de Milán alimentó los cuestionamientos interiores del entonces joven y exitoso orador, quien terminó rindiéndose finalmente a la verdad de Dios.

El Papa Benedicto XVI señala al respecto, en tono aclarativo, que no fue sólo la elocuencia de Ambrosio lo que favoreció la conversión de Agustín: “Lo que movió el corazón del joven retórico africano, escéptico y desesperado, y lo que lo impulsó definitivamente a la conversión, no fueron las hermosas homilías de san Ambrosio (a pesar de que las apreciaba mucho), sino más bien el testimonio del Obispo y de su Iglesia milanesa, que oraba y cantaba, compacta como un solo cuerpo. Una Iglesia capaz de resistir a la prepotencia del emperador”.

Al servicio del pueblo

Ambrosio nació en la ciudad de Tréveris, en la Galia de Bélgica, y vivió entre los años 340 y 397. Fue obispo de Milán y se convirtió en mentor de un joven San Agustín, a quien bautizó.

Antes de entregarse al servicio de Dios, estudió leyes y retórica en Roma (por sus méritos  es considerado como uno de los más excelsos oradores de la antigüedad clásica) para dedicarse luego al servicio público, tal y como lo hizo su padre. Llegó a desempeñarse como gobernador de Emilia (Aemilia) y Liguria, en la parte norte de la península itálica. Establecido en Milán, dejó su cargo político de manera inesperada y le dio un giro a su vida poniendo al servicio de la Iglesia su penetrante inteligencia y habilidad retórica.

En un célebre episodio, Ambrosio llegó a ser aclamado por la población de Milán y sus autoridades, quienes reconocían en él la capacidad para liderar a la comunidad cristiana como obispo. Sin embargo, el santo no aceptó el cargo que se le proponía, pues no era ni siquiera sacerdote en ese momento. Al enterarse de lo sucedido, el emperador Graciano, el Joven -quien sabía de su talento y virtud- emitió un decreto para que fuera ordenado obispo. Ambrosio, con el respaldo imperial, recibiría el orden sagrado prontamente y asumiría luego el cargo de obispo.

Ortodoxia

El santo, como pastor diligente, se dedicó a la ardua tarea de estudiar y comprender lo mejor posible las Sagradas Escrituras y contribuir al beneficio espiritual del rebaño que Dios le había confiado.

Compuso cantos (poemas) y discursos (sermones) notables. El mismo Agustín de Hipona dio fe en su propia obra de la grandeza de palabra y el poder de convencimiento que adornaron la predicación de Ambrosio. Aquellos dones le valdrían al obispo de Milán ganar muchas almas para Dios. Agustín en particular elogió siempre su tratado sobre la virginidad y la pureza, De virginitate.

Por otro lado, el obispo de Milán mantuvo por años un enfrentamiento con los arrianos (seguidores de Arrio, presbítero de Alejandría), quienes habían dividido a los cristianos en torno a la tesis según la cual Cristo es una suerte de ‘naturaleza creada’. Con esto los arrianos se convirtieron de facto en enemigos del credo y la enseñanza de la Iglesia sobre la Trinidad. Entre sus adeptos se contaban numerosas autoridades civiles, pero también obispos y sacerdotes, quienes empezaron a reclamar para sí templos y mayores prerrogativas al poder civil en detrimento de quienes se mantenían fieles a la doctrina sobre Cristo.

Gracias a la mediación de San Ambrosio, los emperadores romanos moderaron posiciones y limitaron la influencia política y religiosa de los seguidores de Arrio (256-336).

San Ambrosio falleció al alba del Sábado Santo del año 397, el 4 de abril, a la edad de 57 años. 

Ecos en nuestro tiempo: la lectura y proclamación de la Palabra

En 2007 el Papa Benedicto XVI destacó el ejemplo de Ambrosio para quienes ejercen el anuncio de la Palabra (Audiencia general del 24 de octubre):

«De la vida y del ejemplo del obispo San Ambrosio, San Agustín aprendió a creer y a predicar. Podemos referir un pasaje de un célebre sermón del Africano, que mereció ser citado muchos siglos después en la constitución conciliar Dei Verbum: "Todos los clérigos... especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse -aquí viene la cita de San Agustín- ‘predicadores vacíos de la Palabra, que no la escuchan en su interior’... San Ambrosio había aprendido esta "escucha en su interior", esta asiduidad en la lectura de la sagrada Escritura, con actitud de oración (...) ».

Benedicto XVI destaca la asiduidad y trato cercano con la Escritura que tenía San Ambrosio de Milán como un requisito para todo “sacerdote, diácono y catequista”, pero que también debe ser parte de la vida de todo cristiano. El Papa reconocía en el obispo de Milán a uno de los que “introdujo en el ambiente latino la meditación de las Escrituras iniciada por Orígenes, impulsando en Occidente la práctica de la lectio divina. El método de la lectio [lectura] llegó a guiar toda la predicación y los escritos de san Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha orante de la palabra de Dios”.

El 27 de abril de 2004, los restos de San Agustín de Hipona y San Ambrosio fueron reunidos en Milán por unos días después de dieciséis siglos de la muerte de ambos. Se trató de una ceremonia que congregó a cientos de feligreses. Dicho evento estuvo cargado de simbolismo: mucho del camino andado por la Iglesia reposa sobre la obra de estos santos y grandes amigos.

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Si quieres conocer más sobre la vida de San Ambrosio, te sugerimos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Ambrosio.

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