Como es habitual en sus viajes internacionales, el Papa Francisco mantuvo un encuentro con las autoridades civiles de Azerbaiyán en el centro "Heydar Aliyev", de la capital, Kabú, después de la ceremonia de bienvenida en el Palacio Presidencial y de visitar el Monumentos por los Caídos por la Independencia.
En su discurso, habló de las razones que le han llevado hasta este país, así como de la necesaria convivencia entre distintas religiones.
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A continuación, el texto completo de su intervención:
Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Ilustres miembros del Cuerpo Diplomático,
Señoras y Señores
Me alegro mucho de visitar Azerbaiyán y os agradezco la cordial acogida en esta ciudad, capital del país, en la orilla del Mar Caspio, ciudad que ha transformado radicalmente su rostro con construcciones recientes, como en la que se desarrolla este encuentro. Señor Presidente, le agradezco vivamente las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre del gobierno y del pueblo azerí, y por haberme ofrecido la posibilidad, gracias a su cortés invitación, de devolver la visita que junto a su consorte realizó el año pasado al Vaticano.
He llegado a este país llevando en el corazón la admiración por la complejidad y riqueza de su cultura, fruto de la aportación de tantos pueblos que a lo largo de la historia han habitado estas tierras, dando vida a un tejido de experiencias, valores y peculiaridades que caracterizan la sociedad actual y se traducen en la prosperidad del moderno Estado azerí.
El próximo 18 de octubre Azerbaiyán celebrará el 25 aniversario de su independencia, y esa fecha ofrece la posibilidad de tener una visión de conjunto de todos los acontecimientos de estos decenios, de los progresos alcanzados y de las problemáticas que el país está afrontando
El camino recorrido hasta aquí muestra claramente los notables esfuerzos que se han hecho para consolidar las instituciones y favorecer el crecimiento económico y civil de la nación. Es una trayectoria que exige una constante atención a todos, especialmente a los más débiles; una trayectoria posible gracias a una sociedad que reconoce los beneficios de la multiculturalidad y de la necesaria complementariedad de las culturas, de manera que entre los distintos componentes de la comunidad civil y entre los que pertenecen a diferentes confesiones religiosas se instauren relaciones de mutua colaboración y respeto.
Este esfuerzo común en la construcción de una armonía entre las diferencias es particularmente importante en este tiempo, porque muestra que es posible testimoniar las propias ideas y la propia concepción de la vida sin conculcar los derechos de los que tienen otras concepciones o formas de ver. Toda pertenencia étnica o ideológica, como todo auténtico camino religioso, debe repudiar actitudes y concepciones que instrumentalizan las propias convicciones, la propia identidad o el nombre de Dios para legitimar intentos de opresión y dominio.
Deseo vivamente que Azerbaiyán prosiga por este camino de colaboración entre las distintas culturas y confesiones religiosas. Que la armonía y la coexistencia pacífica alimenten cada vez más la vida social y civil del país en sus múltiples aspectos, asegurando a todos la posibilidad de aportar la propia contribución al bien común.
El mundo experimenta lamentablemente el drama de muchos conflictos que se alimentan de la intolerancia, fomentada por ideologías violentas y por la negación práctica de los derechos de los más pobres. Para oponerse eficazmente a estas peligrosas desviaciones, es necesario que crezca la cultura de la paz, la cual se nutre de una incesante disposición al diálogo y de la conciencia de que no existe otra alternativa razonable que la continua y paciente búsqueda de soluciones compartidas, mediante leales y constantes negociaciones.
Así como dentro de los confines de una nación se debe fomentar la armonía entre los distintos grupos que la componen, del mismo modo, también entre los Estados es necesario proseguir, con sabiduría y valor, por el camino que conduce al verdadero progreso y a la libertad de los pueblos, abriendo itinerarios originales que tiendan a alcanzar acuerdos duraderos y a la paz. De este modo, se ahorrarán a los pueblos grandes sufrimientos y dolorosas heridas, difíciles de curar.
También respecto a este país, deseo expresar ardientemente mi cercanía a quienes han debido abandonar su tierra y a tantas personas que sufren a causa conflictos sangrientos. Espero que la comunidad internacional sepa ofrecer con constancia su indispensable ayuda. Al mismo tiempo, con el fin de hacer posible la apertura de una fase nueva, abierta a una paz estable en la región, invito a todos a hacer todo lo posible para alcanzar una solución satisfactoria.
Confío en que, con la ayuda de Dios y mediante la buena voluntad de las partes, el Cáucaso pueda ser un lugar donde, a través del diálogo y las negociaciones, las controversias y las divergencias logren componerse y superarse, de modo que esta área, «puerta entre Oriente y Occidente», según la hermosa imagen usada por San Juan Pablo II cuando visitó vuestro país (cf. Discurso en la ceremonia de bienvenida, 22 mayo 2002), se convierta también en una puerta abierta hacia la paz y un ejemplo en el que fijarse para resolver antiguos y nuevos conflictos.
La Iglesia Católica, aun siendo en este país una presencia numéricamente exigua, está inserta en la vida civil y social de Azerbaiyán, participa en sus alegrías y es solidaria para afrontar sus dificultades. El reconocimiento jurídico, hecho posible tras la ratificación del Acuerdo internacional con la Santa Sede en 2011, ha ofrecido además un cuadro normativo más estable para la vida de la comunidad católica en Azerbaiyán.
Me alegro además particularmente de las cordiales relaciones que la comunidad católica tiene con la musulmana, la ortodoxa y la judía, y espero que se incrementen los signos de amistad y de colaboración. Estas buenas relaciones tienen un alto significado para la pacífica convivencia y para la paz del mundo, y muestran que entre los fieles de distintas confesiones religiosas son posibles las relaciones cordiales, el respeto y la cooperación con vistas al bien común.
La adhesión a los genuinos valores religiosos es totalmente incompatible con el tentativo de imponer con la violencia a los otros las propias formas de ver, escudándose en el santo nombre de Dios. Que la fe en Dios sea más bien fuente de inspiración para la mutua compresión, el respeto y la ayuda recíproca, en favor del bien común de la sociedad.