Cada 18 de junio, la Iglesia celebra a San Gregorio Barbarigo, obispo y cardenal italiano del siglo XVII, quien destacó como pastor cuidadoso y preocupado, así como por su refinada educación y gran nivel académico.
Formó parte del cuerpo diplomático de su natal Venecia y después de la Santa Sede. Posteriormente, como obispo, respaldó importantes iniciativas pastorales -primero en Bérgamo y después en Padua- e hizo de las visitas pastorales parte de su sello personal. Por su capacidad de trabajo, sus coetáneos solían decir: “[Barbarigo]... hombre misericordioso con todos, pero severo consigo mismo”.
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El Papa San Juan XXIII, natural de Bérgamo como Barbarigo, encontró en este santo un modelo a seguir y una fuente de constante inspiración apostólica.
Del servicio diplomático al servicio de Dios
Gregorio Giovanni Gasparo Barbarigo nació en la República de Venecia (hoy parte de Italia), el 16 de septiembre de 1625, en el seno de una prestigiosa familia de ese reino. Recibió una rigurosa formación católica y profesional.
A la edad de 20 años fue convocado por el gobierno veneciano para acompañar al embajador Luigi Contarini al célebre Congreso de Munster, en el que se firmaría el ‘Tratado de Westfalia’ (1648) que puso fin a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). En aquella ocasión conoció al nuncio apostólico Fabio Chigi, quien se haría su amigo y director espiritual, acompañándolo en el camino de discernimiento que lo condujo al sacerdocio. A los 30 años, en 1655, Gregorio fue ordenado sacerdote, mientras que Chigi -quien había sido creado cardenal- sería elegido Papa bajo el nombre de Alejandro VII.
Así, su amigo y consejero de siempre, convertido en cabeza de la Iglesia, nombró a Barbarigo canónigo de Padua y después, en 1657, obispo de Bérgamo. En 1660 el santo fue creado cardenal y cuatro años más tarde se le transfirió al obispado de Padua. Entre 1664 y 1697, Gregorio ocuparía el cargo de obispo de esa diócesis.
Difusor de la cultura católica a través de sus textos
Como pastor, Gregorio se condujo con santo celo, procurando el bienestar de su grey, al tiempo que hacía esfuerzos por fortalecer y expandir la cultura católica. Estaba convencido de que una vida de acuerdo al Evangelio era la mejor contribución que puede hacerse a la sociedad. Para ello, por ejemplo, se hizo de un par de imprentas, las que puso al servicio de su diócesis. San Gregorio quería que se publique y divulgue más la literatura católica, muchas veces rezagada con respecto a las publicaciones seculares o anticlericales. “Para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean muy espirituales”, solía decir. Era claro, pues, que había que hacer uso de las herramientas disponibles de su tiempo -la imprenta, el libro, la biblioteca- si se quería producir un mayor bien a las almas.
En la misma línea, Barbarigo se preocupó de la formación de sus seminaristas: consiguió formadores competentes y aseguró el financiamiento de los seminarios de Padua y Bérgamo.
En Padua el santo abrió una biblioteca y una escuela políglota -la que se convertiría en una de las mejores de Italia-. Promovió la construcción de escuelas populares y catequéticas, preocupado no solo por la educación de los jóvenes sino también por la formación de los padres de familia y los educadores en general.
Una Iglesia que se renueva en la entrega
De personalidad benigna y misericordiosa, Gregorio se mostraba solícito con sus hijos espirituales, preocupado por quienes sufrían o habían caído en desgracia. Durante la gran peste de Roma apoyó el trabajo de atención a los enfermos, ocupándose directamente de muchos de ellos.
San Gregorio, interesado además en fortalecer el movimiento de la Contrarreforma, fundó la ‘Congregación de los Oblatos de los Santos Prosdócimo y Antonio’, inspirado por el ejemplo de otro gran santo, Carlos Borromeo (1538-1584), arzobispo de Milán e impulsor de la Reforma Tridentina.
San Gregorio Barbarigo murió santamente el 15 de junio de 1697. Fue beatificado en 1761 y canonizado dos siglos después por el Papa San Juan XXIII, el 26 de mayo de 1960.