El SIAME compartió el testimonio personal de un joven que estaba en camino para convertirse en un gran empresario en México y que finalmente optó por seguir el llamado de Dios para convertirse en sacerdote.
Este es el testimonio de Roberto Martínez Jiménez, nacido en Toluca, Estado de México:
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"Soy el menor de tres hermanos, tengo 32 años de edad; mis padres: Álvaro Martínez Monroy y María del Carmen Jiménez García.
Durante los primeros años de mi vida estuve muy apartado de las cosas de Dios, pues para mi familia Él no importaba tanto. Lo único a lo que teníamos que darle importancia era al trabajo para poder salir adelante.
Desde pequeño vendía abarrotes para ayudar con los gastos de la casa y para poder asistir a la escuela. ¡Nunca me imaginé que existiera una vocación en la vida, y que la felicidad estuviera en el servicio a Dios! Al cumplir 22 años de edad los proyectos que había planeado se fueron dando: de ser empleado pasé a ser dueño de mi propio negocio, mi deseo era crear una cadena de tiendas.
A lo largo de un año ya tenía el dinero suficiente para poder abrir otras sucursales. El deseo de superarme y las ganas de trabajar me impulsaron para salir adelante. La empresa CERGEO me abrió las puertas para tener un campo laboral más amplio. Tenía una vida planeada y estaba dispuesto a formar una familia.
Recuerdo que un 18 de diciembre, justo en las posadas, un amigo me invitó a un retiro pero en un principio me negué a participar. Platicamos un poco y terminó por convencerme. Aquel retiro cambió mi vida, tanto que me acerqué al párroco Daniel Millán y le conté lo que me pasaba. Le comenté que tenía tanto deseo de ser como él, y le pregunté qué era lo que necesitaba para ser feliz, pues él siempre se mostraba con la gente de esa manera.
Durante cinco meses surgió una confusión en mi vida, tanto que unos amigos que administraban algunas propiedades en Estados Unidos me ofrecieron trabajo; las propuestas y las ganancias eran muy buenas. Faltando tres días para el preseminario, mi deseo de ser como el P. Daniel Millán parecía una confusión, me acerqué al Padre y le comenté que prefería irme a los Estados Unidos, ya que no tenía conocimiento de la vida sacerdotal ni mucho menos qué era el seminario.
Me convenció de que viviera un preseminario, después de esa experiencia, el apoyaría la decisión que tomara. Fue una semana que cambió mis proyectos, y me di cuenta que Dios me llamaba.
Los bienes que durante mi vida había administrado, los empecé a repartir a la gente que tenía necesidad; los negocios los regalé y empecé desde cero. Han sido momentos difíciles, momentos de dificultad donde he querido responder a esta vocación y poder hacer la voluntad de Dios.
Quiero responder fielmente a este llamado por el bien mío y de la Iglesia. Por eso, le digo a Dios: "Señor, en tus manos pongo mi vida, y si me llamas a ser sacerdote dame la fortaleza para amarte con todo mi corazón".