Cada 21 de marzo la Iglesia recuerda a Santa María Francisca de las Cinco Llagas, religiosa italiana que llevó en su propio cuerpo las heridas de Cristo: las de pies, manos y costado. Por esta razón, la tradición recuerda a esta santa evocando, desde el nombre, las llagas de Nuestro Señor. Hoy, varios siglos después de su muerte, sus restos permanecen incorruptos.

De humilde cuna

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El nombre de pila de Santa María Francisca fue Anna María Gallo, una mujer nacida en Nápoles (Italia), hija de unos comerciantes que vivían en el antiguo barrio español de la ciudad, conocido por su precariedad. Dios le concedió a Maria Francisca el don de profecía, así como el de compartir los dolores de la Pasión y Muerte de Jesús. Los napolitanos le profesan una gran devoción y le atribuyen haber intercedido por ellos durante los bombardeos sufridos en la Segunda Guerra Mundial. Como signo de dicho favor, el barrio donde vivió permaneció intacto durante los ataques, a pesar de su fiereza.

Anna María Gallo nació el 6 de octubre de 1715. Empezó a trabajar desde muy niña, obligada por su padre quien poseía un taller de hilados y mercería; mientras tanto, su madre, una mujer muy piadosa, le leía libros sobre la fe cristiana y la llevaba a rezar a la iglesia de Santa Lucía de la Cruz. El párroco del lugar, admirado por su piedad y conocimiento del catecismo, le permitió que realice la Primera Comunión a los 8 años y que después de un año se convierta en catequista de niños.

Un padre violento

Al cumplir los 16 años, el padre de Maria Francisca decidió comprometerla en matrimonio con un joven rico, pero la joven se negó a aceptar el compromiso -le había prometido a Dios permanecer soltera y virgen para dedicarse a la vida espiritual y la salvación de las almas-.

El padre rechazó tal deseo y la castigó encerrándola en casa. Por si fuera poco, constantemente la maltrataba propinándole azotes y alimentándola con solo pan y agua. Aquellos días fueron durísimos para María Francisca, pero, al mismo tiempo, se fueron convirtiendo en ocasión de mayor cercanía con el corazón sufriente de Jesús, con el que compartía sus dolores. La mamá de María Francisca, por cuenta propia, logró que un sacerdote franciscano convenciera a su esposo de que las pretensiones de su hija no eran inmaduras y nacían de un corazón que amaba a Dios.

Terciaria

El 8 de septiembre de 1731 María Francisca recibió el hábito de la orden terciaria franciscana y, contra lo que podía esperarse, pidió que la dejaran vivir en la casa familiar como religiosa. En el hogar, la joven se ocupaba de los quehaceres domésticos y las tareas más sencillas. A través de ellas iba compenetrando cada vez más su alma con Dios, en el servicio y la oración, haciendo de lo sencillo una ofrenda de amor. María Francisca empezó a caer en éxtasis, absorta en la meditación de los dolores del Señor. Varias veces, absorta en el arrebato místico, la Virgen María se le apareció para darle consuelo y hacerle algunos pedidos espirituales.

Mística

Tras la muerte de su madre, la santa abandonó la casa familiar y se mudó al campo en compañía de otras terciarias. Allí permaneció los siguientes 38 años de su vida, hasta su muerte. Fue una vida dedicada a la oración, la penitencia y el sacrificio, de constante celo por rescatar almas del purgatorio y lograr la conversión de los pecadores. Es en esta etapa donde recibiría los estigmas de Cristo.

Santa María Francisca de las Cinco Llagas murió santamente el 6 de octubre de 1791. Fue declarada venerable por el Papa Pío VII el 18 de mayo de 1803; después beata por Gregorio XVI (12 de noviembre de 1843) y finalmente proclamada santa por el Papa Pío IX, el 29 de junio de 1867.

En 1901 fue declarada copatrona de la ciudad de Nápoles junto a San Genaro.

¿Quieres saber más sobre las personas que han recibido los estigmas de Cristo? Puedes leer este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Estigmas_místicos