Hoy 17 de marzo, la Iglesia Católica celebra el V Domingo de Cuaresma. La lectura del Evangelio de hoy está tomada de Juan, capítulo 12, versículos del 20 al 33 (Jn 12, 20-33). Jesús manifiesta que ha llegado “su hora”, en evidente alusión a su próxima muerte. Recurre entonces a una parábola: si el grano de trigo muere, producirá mucho fruto. El grano es Él, que habrá de morir, pero para dar frutos en abundancia, frutos de vida eterna.

El relato señala que la Pascua se acerca, y han llegado a Jerusalén unos griegos con intención de participar de la fiesta. Ellos se encuentran con Felipe y le dicen: “Queremos ver a Jesús”. Felipe se lo cuenta a Andrés y ambos van y se lo dicen a Jesús. La respuesta del Señor se centra en su “hora”: el grano de trigo que no muere queda infecundo, pero si muere “producirá mucho fruto”. Jesús añade que quien no se aborrece en este mundo, se pierde, pero si lo hace se asegura la vida eterna. De pronto, Jesús manifiesta lo que está sintiendo: temor, porque pronto habrá de morir. Sin embargo, ese miedo no lo vence. Sabe cuál es su misión y la cumplirá para nuestro bien: “... ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32-33).

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San Agustín de Hipona, a propósito del Evangelio de hoy, reflexiona sobre ese binomio “morir para vivir”, al que hemos sido asociados por el bautismo: “Por el amor de lo eterno, todo lo temporal se me hace despreciable y, por el contrario, a mi Señor mismo (…) le oigo decir: Ahora mi alma se ha turbado [“tengo miedo”]. ¿Qué significa esto? ¿Cómo mandas a mi alma seguirte, si veo que la tuya se turba? (...) ¿Qué cimiento buscaré, si la Roca sucumbe? Pero me parece oír en mi imaginación al Señor responderme y decir de alguna forma: «Me seguirás más, porque me interpongo de forma que aguantes. Has oído dirigida a ti la voz de mi fortaleza; oye en mí la voz de tu debilidad. Te procuro fuerzas para correr y no freno el hecho de que aceleres, sino que transfiero a mí lo que temes y guarnezco el lugar por donde pases».

A continuación presentamos la lectura del Evangelio correspondiente al V Domingo de Cuaresma.

Evangelio del día (Jn 12, 20-33)

Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.

Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.

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