El 31 de agosto se conmemora a San José de Arimatea y San Nicodemo, quienes fueron discípulos de Cristo y miembros activos del Sanedrín que juzgó y condenó a muerte a Jesús. Sin embargo, ellos dos jamás apoyaron y aprobaron esta acción.
En el capítulo 3 del Evangelio de San Juan se puede encontrar el profundo diálogo nocturno de Nicodemo con el Señor, quien le da una bella catequesis sobre el bautismo.
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Nicodemo poco a poco fue creciendo en la fe y defendió a Cristo cuando se opuso a que se le aprenda: "¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?" (Jn. 7,51).
Finalmente, cuando Cristo yacía muerto en la cruz, San José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo del Señor y junto a San Nicodemo le dieron sepultura. San José puso el sepulcro nuevo y San Nicodemo las esencias para embalsamar el cuerpo.
Si bien es cierto que estos dos santos no fueron públicamente seguidores de Jesús, pero en los momentos más difíciles, cuando la mayoría había abandonado al Maestro en la cruz, San José y San Nicodemo, sin ningún temor, mostraron su profundo amor por el amigo que nunca falla: Jesús.