Cada 26 de mayo la Iglesia Católica celebra a Santa Mariana de Jesús, santa ecuatoriana conocida como ‘la Azucena de Quito’ y que fue canonizada por el Papa Pío XII.
San Juan Pablo II dijo de ella: "Su pobreza da testimonio gozoso y creíble de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano, contesta la idolatría del dinero y se hace voz profética en medio de la sociedad".
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El Padre vela por todos sus hijos
Mariana de Paredes Flores Granobles y Jaramillo nació en Quito (Ecuador) en 1618. Desde pequeña evidenció la delicadeza de su alma, dulce, pudorosa y modesta. Penosamente, había quedado huérfana desde muy pequeña -con solo cuatro años- y quedó al cuidado de su hermana mayor, ya casada.
Mariana mostró talento para la música, así como para coser, tejer y bordar. Le gustaba aprender y jugar como cualquier niña. Y, junto a esos dones y habilidades que adornaban su ser, solía retirarse, cada vez que podía, a orar en algún rincón de la casa y practicar alguna penitencia.
Consagración a Dios
Después de recibir la Primera Comunión, Mariana tuvo sus primeras mociones espirituales. Era tan grande el amor a Jesús que le brotaba del corazón que hizo voto de castidad perpetua, al que posteriormente añadió los de pobreza y obediencia. Unos años más tarde, con la orientación de sus directores espirituales, fue comprendiendo que Dios no la quería en un monasterio.
Así que la jovencita dispuso un espacio cerrado en una parte de su casa, donde oraba, ayunaba y hacía penitencias por el perdón de los pecados. La mayor parte del tiempo la pasaba en silencio, hallando su refugio en Cristo. Y sólo salía para ir a la iglesia en las mañanas. Así transcurrió su adolescencia y su juventud.
Su misión: la oración y el consejo
Su apostolado se centró en la oración por el prójimo, por aquél que necesita de Dios. Algunas personas empezaron a buscar en ella consejo y aliento. Con su ayuda muchos obtuvieron la paz que buscaban y pronto empezaron a presentarse las primeras conversiones.
Por sugerencia de su confesor, Mariana se hizo terciaria de San Francisco de Asís. Además, se consideraba discípula espiritual de Santa Teresa de Ávila y, al mismo tiempo, se sentía hija de la Compañía de Jesús.
Alguna vez, Mariana de Jesús, empezó a frecuentar una misa que solía ser celebrada por un sacerdote con dotes de gran orador. Curiosamente el histrionismo del cura no se prestó a ninguna crítica o advertencia de esas que manda la prudencia. Por el contrario, llamaba a todos al halago y la lisonja. Entonces, Mariana decidió tomar cartas en el asunto y, prevenida por la vanidad del sacerdote, se acercó a él y lo encaró después de uno de sus “brillantes” sermones. Sus palabras fueron dardo que dio en el blanco: "Mire, Padre, que Dios lo envió a recoger almas para el cielo, y no a recoger aplausos de este suelo". Así, el clérigo quedó evidenciado en sus pretensiones mundanas y dejó de buscar estimación para sí.
La flor más hermosa
Cuenta la historia que la santa se enfermó y el médico ordenó que la ‘sangraran’ (práctica sin mayor sustento pero que se creía ayudaba en los procesos de curación). La sangre extraída fue depositada en una maceta, en la que apareció de manera inesperada una bella azucena.
Una seguidilla de terribles sismos azotaron la ciudad y la santa acudió a la iglesia a orar y pedirle a Dios que antes le quite la vida con tal de que los temblores cesen. Al salir del templo empezó a sentirse enferma, pero en los días sucesivos no hubo ningún otro temblor. La catástrofe, que se había prolongado durante días y días, cobrando muchas vidas y destruido casas, parecía haber llegado a su fin.
No obstante, a los temblores le siguió una epidemia que causó la muerte de cientos de personas. Santa Mariana oró y oró para que Dios perdone los pecados de sus hijos y ofreció sus dolores a cambio de que la enfermedad no se extienda más. Dios le concedió aquella gracia y desde aquel día ya no murió más gente de ese mal.
En reconocimiento a la poderosa intercesión de Santa Mariana de Jesús en favor del pueblo quiteño, el Congreso de la República de Ecuador le otorgó el título de ‘Heroína de la Patria’ en 1946.
La santa partió a la Casa del Padre el 26 de mayo de 1645 y una gran cantidad de fieles asistió a los funerales. Al momento de su tránsito Mariana tenía solo 26 años. Fue canonizada por el Papa Pío XII en 1950.
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