Cada 30 de abril la Iglesia celebra al Papa San Pío V, quien ocupó un lugar protagónico en defensa de la Iglesia y de la Europa cristiana del siglo XVI. San Pío V fue el organizador de las fuerzas militares que detuvieron la invasión musulmana del Viejo Continente en la famosa batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571).
La victoria conseguida en Lepanto tuvo un enorme significado en el proceso de preservación de la cultura cristiana en Europa, e hizo posible el decrecimiento del área de influencia del Islam en ese Continente, que parecía condenado a ser sometido. El Papa Pio V, en agradecimiento a Dios por la victoria alcanzada, dedicó el triunfo cristiano a la Virgen del Rosario.
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La mano de Dios
Antonio Ghislieri -nombre de pila de San Pío V- nació en Bosco (Italia) en 1504. De niño fue cuidador de ovejas y ayudante de las labores del campo. En la adolescencia conoció a una generosa familia que decidió financiar sus estudios en gesto de agradecimiento, una vez que se percataron de que el hijo más rebelde y holgazán había empezado a comportarse mejor desde que entabló amistad con el santo.
Gracias a ese apoyo económico, Antonio pudo estudiar con los dominicos y descubrir más adelante su vocación religiosa. Ya más maduro, pidió ser recibido en la Orden de Predicadores, con quienes había iniciado su formación escolar. Los dominicos tuvieron a bien recibirlo y Antonio fue integrándose con alegría y naturalidad a la vida conventual. Con el correr del tiempo asumiría diferentes puestos de servicio y responsabilidades dentro de la Orden, hasta que un día, el Pontífice en persona lo convocó y lo ordenó obispo y, posteriormente, lo nombró inquisidor y comisario eclesiástico.
Rectitud de mente, rectitud de corazón
El santo recorrió a pie innumerables pueblos y ciudades alertando a los fieles sobre los errores y herejías provocadas por luteranos y protestantes. Eso lo convirtió en blanco de amenazas y hasta conspiraciones para matarlo. Sin embargo, Antonio siguió predicando la verdad. El Papa Pio IV lo nombró cardenal y le encargó ser la cabeza que guíe a la Iglesia en defensa de la recta doctrina.
A la muerte del Papa Pío IV, San Carlos Borromeo (1538-1584) sugirió el nombre de Antonio Ghislieri como “papable” a muchos de los cardenales electores, presentándolo como el hombre más apropiado para asumir la Sede de Pedro. El cónclave votó a su favor, razón por la cual, el hasta ese momento, monseñor Ghislieri se convirtió en el nuevo Papa, tomando el nombre de ‘Pío V’.
Pastor cuidadoso y amable
Desde el inicio de su pontificado, San Pío V dio muestras de su vocación de servicio a los más pobres. Pidió que no se realicen más banquetes en su honor y que el dinero ahorrado se use para ayudar a los mendigos de Roma. Por otro lado, el nuevo Papa se empeñó en dar muestras de cercanía al pueblo católico.
Gustaba de caminar por las calles de la ciudad sin mayor ostentación, conversando con la gente que encontraba en el camino, visitando barrios y calles. En una oportunidad, se encontró con su viejo amigo de la infancia -el de la familia que pagó sus estudios- y, advertido de su buena fe y disposición, lo nombró gobernador del cuartel pontificio. Antonio -el caballero tenía su mismo nombre- era un hombre honesto e inteligente, y el pueblo lo sabía muy bien. Así que el nombramiento como gobernador fue una suerte de gesto de reciprocidad o gratitud, muy del agrado de la gente, pues evidenciaba la humildad del Papa que carecía de la necesidad de ocultar sus humildes orígenes. Así Pío V conquistó el corazón del pueblo para siempre.
El Papa tenía una devoción profunda a la Eucaristía y al rezo del Santo Rosario, su oración favorita, la que consideraba la expresión más patente de piedad filial a la Madre de Dios. El Pontífice, desde la Cátedra de Pedro, se encargó de impulsar ambas devociones entre los fieles. Por otro lado, ordenó que los obispos y párrocos residan efectivamente en los territorios o diócesis que se les encargaba, ya que muchos descuidaban sus responsabilidades espirituales por comodidad o interés.
Bajo su gobierno, también, fueron publicados un nuevo misal, una nueva edición de la Liturgia de las Horas, así como un nuevo catecismo.
San Pío V fue quien nombró Doctor de la Iglesia a Santo Tomas de Aquino en 1567, y quien impulsó con ahínco el espíritu de la Contrarreforma.
Centralidad de la liturgia
El Misal de San Pío V contiene el rito en latín que puede celebrarse actualmente de manera universal por los sacerdotes que así lo deseen. Fue a través del decreto pontificio del 7 de julio de 2007 -promulgado en forma de motu proprio "Summorum Pontificum" [De los Sumos Pontífices] por el Papa Benedicto XVI- que se autorizó de forma explícita la potestad de celebrar la liturgia tradicional (el antiguo ordinario). El misal de San Pio V había sido el preponderante en la liturgia de la Iglesia Católica hasta 1962, cuando fue reemplazado por el “Novus Ordo” [Nuevo Ordinario], aprobado como parte de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
Lepanto, momento crítico
Durante el pontificado de San Pío V, el expansionismo musulman amenazaba con extenderse más en Europa, mucho más allá de la península hispánica y, con eso, acabar con la religión católica -deseo que se coreaba sin reparo alguno-. Desde Turquía salieron cientos de miles de guerreros rumbo a Europa occidental y central. Los invasores arrasaron con todo a su paso: pueblos, iglesias, monasterios y cualquier vestigio que fuese expresión católica. Hubo entre ellos guerreros que anunciaban que la Basílica de San Pedro se convertiría en la pesebrera de sus caballos. Era tal el temor generado en el Viejo Continente, gracias a la crueldad de los ejércitos islámicos, que ninguna nación quería enfrentarlos.
Entonces, el Papa Pio V buscó la ayuda de todas las casas y coronas europeas logrando organizar una armada naval y un ejército sin precedentes. Él, en persona, dio su bendición a todos los valientes que zarparon en defensa de la civilización cristiana. Pio V también pidió que todo soldado se confiese y comulgue antes de la batalla; y que todos participen de la Santa Misa. Mientras tanto, ordenaba que quienes se habían quedado en las ciudades como Roma, recen asiduamente el Rosario por los ejércitos defensores de la fe.
El encuentro entre las fuerzas más numerosas se produjo el 7 de octubre de 1571, en el golfo de Lepanto, cerca de Grecia. Los jefes cristianos habían ordenado que los soldados rezaran el Santo Rosario antes de la batalla y así se hizo. Aún siendo los musulmanes superiores en número de milicianos y embarcaciones, se encontraron con una armada católica fortalecida en el espíritu.
Cuando empezó el combate, el viento estuvo en contra de las fuerzas europeas hasta que de un momento a otro cambió de dirección, entonces los barcos cristianos se lanzaron al ataque, obligando a los musulmanes a huir.
“Hemos conseguido la victoria”
Esa tarde, San Pío V, sin haber recibido aún noticias oficiales de lo sucedido, se asomó por la ventana y dijo a los cardenales: "Dediquémonos a darle gracias a Dios y a la Virgen Santísima, porque hemos conseguido la victoria".
El Papa como agradecimiento mandó que cada 7 de octubre se celebre la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y que en las letanías se incluya la siguiente petición: "María, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros", letanía que siglos después sería el emblema espiritual de otro santo italiano: San Juan Bosco.
San Pio V partió a la Casa del Padre el 1 de mayo de 1572, a los 68 años.
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Si quieres saber más sobre San Pio V, te recomendamos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Papa_San_Pío_V.