Hoy, Jueves Santo, día en que Jesucristo instituyó el Orden Sacerdotal, la Iglesia celebra el día del sacerdote.
El Jueves Santo, como lo recordaba el Papa peregrino, es el “día en que Jesús instituyó la Eucaristía y al mismo tiempo nuestro sacerdocio ministerial” (San Juan Pablo II, Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 1986).
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Un día de fiesta
En la misma misiva, San Juan Pablo II afirma: “Este día es especialmente grande para nosotros, queridos hermanos sacerdotes. Es la fiesta de los sacerdotes. Es el día en que nació nuestro Sacerdocio, el cual es participación del único Sacerdocio de Cristo Mediador”.
“En este día ーcontinúa el Papaー, los sacerdotes del mundo entero son invitados a concelebrar la Eucaristía con sus obispos y a renovar a su alrededor las promesas de sus compromisos sacerdotales al servicio de Cristo y de su Iglesia”.
El sacerdote, sostén de la vida de la Iglesia
Los sacerdotes han recibido la gracia de hacer que Cristo se haga realmente presente en la Eucaristía a través de la consagración del pan y del vino. Ellos tienen al mismo tiempo, la potestad de perdonar los pecados en nombre de Dios.
La Iglesia Católica ha mantenido a través de los siglos lo que se conoce como “la sucesión apostólica”, línea jerárquica que proviene de los Apóstoles de Cristo y que se mantiene hasta hoy. Los grados del sacerdocio ministerial son tres (de mayor a menor): el episcopado (propio de los obispos, sucesores de los apóstoles); el presbiterado (propio de los sacerdotes, quienes colaboran con el obispo) y el diaconado (propio de los servidores o diáconos, quienes asisten a los presbíteros). Sólo los obispos pueden ordenar sacerdotes y cada uno de ellos le debe obediencia directa al Papa, Obispo de Roma, sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra.
La vida del sacerdote no es sencilla: para empezar, debe dejar el hogar de sus padres y privarse de tener una familia propia. Cada sacerdote forma y acompaña espiritualmente a cientos o miles de personas. Es cierto que muchas veces reciben el cariño y el respeto de la gente, pero también pueden ser blanco de incomprensiones, cuando no de calumniosos ataques o persecuciones.
Otros Cristos
Los sacerdotes están llamados a la entrega total en el servicio a los demás. Siendo el suyo un llamado tan particular, sus vidas suelen ser testimonio de cuánta plenitud y felicidad se puede alcanzar en esta vida. Lamentablemente, a veces no reciben el apoyo que requieren para su misión, o son víctimas del abandono o la soledad. Algunos incluso, por amor a Cristo y a los hermanos, pasan hambre, sed y frío; y en ocasiones quedan expuestos o vulnerables.
Es fácil olvidar que el sacerdote tiene el deber de proclamar y enseñar la verdad, así como ponerse de lado de los débiles. Precisamente por eso, hay ocasiones en que son víctimas de la violencia: muchos sacerdotes hoy son perseguidos y no pocos asesinados por fidelidad al Evangelio.
En la Santa Misa Crismal del Jueves Santo de 2013, el Papa Francisco sintetizaba el ideal del sacerdote con estas bellas palabras: “Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido”.
¡Oremos por la fidelidad de todos los sacerdotes!