Cada 23 de enero, la Iglesia Católica celebra la memoria de San Ildefonso, obispo, quien desarrolló una extraordinaria labor catequética en tiempos de la España visigoda (siglo VII), especialmente, en torno a dos temas trascendentales de la teología cristiana: la defensa de la virginidad de María y el sentido auténtico del sacramento del bautismo.
De San Ildefonso generalmente se destaca su elocuencia, inspirada y muy cercana a la tradición patrística. Se pone en relevancia también su esfuerzo y habilidad para explicar con amable sencillez “la doctrina de los antiguos”.
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Monje
Ildefonso nació en Toledo (España) alrededor del año 607. Fue educado por monjes sevillanos quienes le proporcionaron una destacada formación humanística, como queda en evidencia en sus escritos, buena parte de los cuales han llegado hasta nosotros.
Desde pequeño, Ildefonso se sintió atraído por la vida monacal, por lo que optó, ya de adulto, por seguir ese camino. Como monje, llegó a ocupar el puesto de abad del ‘monasterio agaliense’, precisamente, el de su ciudad natal, Agalí.
Pastor y catequista
En el año 657 Ildefonso fue elegido arzobispo de Toledo, sede desde la cual trabajó por la unificación de la liturgia en los reinos de España. Escribió muchas obras importantes; la más famosa de ellas dedicada a la Virgen María: De virginitate Sanctae Mariae contra tres infideles [La virginidad perpetua de Santa María contra tres infieles]. Es importante mencionar también su tratado sobre el bautismo: Liber de cognitione baptismi unus [Anotaciones sobre el conocimiento del bautismo].
El santo tenía una profunda devoción a la Madre de Dios, particularmente bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, cuya veneración profesó y cuya verdad difundió con entusiasmo doce siglos antes de la proclamación del dogma.
El obsequio de manos de la Virgen
La noche del 18 de diciembre de 665, San Ildefonso junto a un grupo de monjes se dirigieron al templo de su monasterio para cantar los himnos propios del final de la jornada, dedicados estos en honor de la Virgen. En eso, vieron cómo la capilla se llenaba de un brillo deslumbrante. La mayoría de los presentes quedó espantado y huyó del lugar, excepto San Ildefonso y dos diáconos.
Los tres hombres, de pie, cara al altar, quedaron atónitos. Allí estaba la Virgen María, de blanco radiante, presentándose como la Inmaculada Concepción. Estaba sentada sobre la sede del obispo y acompañada de un grupo de vírgenes que entonaban cantos celestiales. La Madre de Dios, entonces, le indicó a Ildefonso que se acercara.
Caído de rodillas frente a la Madre, el santo recibió de Ella una casulla. La Virgen en persona lo invistió con esta y le pidió que la usara solo en los días festivos designados en su honor. "Tú eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla, la cual mi Hijo te envía de su tesorería", le dijo la Virgen a Ildefonso.
Su Teología, mariana y sacramental
Que la Virgen se le haya aparecido al santo y lo haya elogiado de manera singular no es un hecho casual; es, por el contrario, un ‘gesto maternal’ de natural gratitud con el hijo juicioso y atento.
Ese Elogium [Elogio], entonces, parece responder a la convicción con la que el santo solía referirse al parto virginal por el que Jesús nació: «No quiero que alegues que la pureza de nuestra Virgen ha sido corrompida en el parto... no quiero que rompas su virginidad por la salida del que nace, no quiero que a la Virgen la prives del título de madre, no quiero que a la madre la prives de la plenitud de la gloria virginal» (Sobre la virginidad perpetua de Santa María, cap. I). Esa convicción queda expuesta, de igual forma, en la insistencia de Ildefonso en proclamar que María es ‘Madre de todos los hombres’.
Con respecto a su doctrina sacramental, el santo recomienda la comunión diaria: «Pedimos, en esta oración del Padrenuestro, que este pan, el mismo Cristo, se nos dé cada día» (Anotaciones, cap. 136). Además, defendió que el bautismo administrado es válido siempre que no se omita en la fórmula a alguna de las Tres Personas Divinas; y que este solo puede ser conferido por los sacerdotes, excepto en los casos de grave necesidad.
María Santísima, aparecida en Toledo
Años después, en uno de los Concilios celebrados en la ciudad de Toledo, quedó fijada una fecha especial para perpetuar la memoria de la aparición mariana acontecida a San Ildefonso. Todo lo sucedido en ese día memorable quedaría registrado en el Acta Sanctorum [Acta de los santos) bajo la designación de El descendimiento de la Santísima Virgen y de su aparición.
San Ildefonso murió el 23 de enero del año 667. Hoy, sus devotos peregrinan para visitar la catedral dedicada a él, donde se conserva la piedra en la que la Madre de Dios posó sus pies cuando se apareció al santo.
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San Ildefonso de Toledo en la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Ildefonso.
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Oración a María de San Ildefonso
A ti acudo, única Virgen y Madre de Dios.
Ante la única que ha obrado la Encarnación de mi Dios me postro.
Me humillo ante la única que es Madre de mi Señor.
Te ruego que por ser la Esclava de tu Hijo
me permitas consagrarme a ti y a Dios,
ser tu esclavo y esclavo de tu Hijo,
servirte a ti y a tu Señor.
A Él, sin embargo, como a mi Creador y a ti como Madre de nuestro Creador;
a Él como Señor de las virtudes y a ti como Esclava del Señor de todas las cosas;
a Él como a Dios y a ti como a Madre de Dios.
Yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo.
Tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor.
Concédeme, por tanto, esto, ¡oh, Jesús Dios, Hijo del hombre!,
creer del parto de la Virgen aquello que complete mi fe en tu Encarnación;
hablar de la maternidad virginal aquello que llene mis labios de tus alabanzas;
amar en tu Madre aquello que tú llenes en mí con tu amor;
servir a tu Madre de tal modo que reconozcas que te he servido a ti;
vivir bajo su gobierno de tal manera que sepa que te estoy agradando
y ser en este mundo de tal modo gobernado por Ella,
que ese dominio me conduzca a que Tú seas mi Señor en la eternidad.
¡Ojalá yo, siendo un instrumento dócil en las manos del sumo Dios,
consiga con mis ruegos ser ligado a la Virgen Madre
por un vínculo de devota esclavitud y vivir sirviéndola continuamente!
Pues los que no aceptáis que María sea siempre Virgen;
los que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo,
y a Ella por Madre de mi Creador; si no glorificáis a este Dios como Hijo de Ella,
tampoco glorificáis como Dios a mi Señor.
No glorificáis como Dios a mi Señor los que no proclamáis bienaventurada
a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones;
los que no rendís honor a la Madre del Señor con la excusa de honrar a Dios su Hijo.
Sin embargo yo, precisamente por ser siervo de su Hijo, deseo que Ella sea mi Señora; para estar bajo el imperio de su Hijo, quiero servirle a Ella;
para probar que soy siervo de Dios, busco el testimonio del dominio sobre mí de su Madre; para ser servidor de Aquel que engendra eternamente al Hijo,
deseo servir fielmente a la que lo ha engendrado como hombre.
Pues el servicio a la Esclava está orientado al servicio del Señor;
lo que se da a la Madre redunda en el Hijo; lo que recibe la que nutre,
termina en el que es nutrido, y el honor que el servidor rinde a la Reina
viene a recaer sobre el Rey.
Por eso me gozo en mi Señora, canto mi alegría a la Madre del Señor,
exulto con la Sierva de su Hijo, que ha sido hecha Madre de mi Creador
y disfruto con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne.
Porque gracias a la Virgen yo confío en la muerte de este Hijo de Dios
y espero que mi salvación y mi alegría venga de Dios siempre y sin mengua,
ahora, desde ahora y en todo tiempo y en toda edad por los siglos de los siglos. Amén.
Más información en el especial de San Ildefonso.