Cada 21 de noviembre la Iglesia celebra la memoria de la Presentación de la Santísima Virgen María. En esta fecha se recuerda el episodio, recogido por la tradición, según el cual María fue llevada a los tres años al templo de Jerusalén por sus padres, San Joaquín y Santa Ana, para ser introducida en la fe del pueblo de Israel.

Allí, en el templo, sería recibida por el Sumo Sacerdote junto a otras doncellas. De esta manera, María, aprendería desde pequeña el valor y el sentido de las promesas de Dios, especialmente sobre la llegada del Mesías.

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La celebración de la Presentación de la Virgen evoca la consagración que María hizo de sí misma a Dios, una entrega prefigurada por su concepción inmaculada y que se va realizando a lo largo de su vida, día a día, en sintonía con los designios del Espíritu Santo. Por eso, decimos de María que es “la llena de Gracia”.

Origen de la celebración

El origen de esta celebración se remonta a la dedicación, en el año 543, de la iglesia de Santa María la Nueva, santuario ubicado muy cerca del Templo de Jerusalén.

Este acontecimiento histórico fortalece la convicción de que en el siglo VI ya se celebraba la ‘Presentación de la Virgen’ en la Iglesia de Oriente; aunque sería recién en 1372 que el Papa Gregorio XI (p. 1370-1378) empezaría a celebrarla en Avignon (Francia) cada 21 de noviembre. Posteriormente, el Papa Sixto V (p. 1585-1590) extendió la festividad a toda la Iglesia, incorporándola al calendario litúrgico romano.

21 de noviembre: Jornada Pro orantibus, para orar por los que oran

En 1953, el Papa Pío XII instituyó el día 21 de noviembre como la “Jornada Pro Orantibus” (Jornada ‘por aquellos que oran’), en honor a las comunidades religiosas de clausura. Es decir, todos los cristianos están invitados a orar por las personas que dedican su vida precisamente a la oración.

Décadas después, en el año 2014, el Papa Francisco recordó que este día debería ser “una ocasión oportuna para agradecer al Señor por el don de tantas personas que, en los monasterios y en las ermitas, se dedican a Dios en la oración y en el silencio activo, reconociéndole aquella primacía que sólo a Él le corresponde”.

Todo cristiano debe pedir en oración y agradecer a Dios por las vocaciones de clausura, poco conocidas y muchas veces olvidadas. También debe hacerlo por aquellos que rezan por las intenciones de quienes forman parte de la Iglesia peregrinante en este mundo y por las almas del purgatorio.